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FÉLIX CARIÑANOS
Sábado, 2 de febrero 2008, 01:41
No sé qué pensará usted, pero a mí me parece que las puertas están dejando de ser lo que eran. Por lo que le voy a comentar, pienso que incluso han dejado de existir. Antes, por ejemplo, eran lugar de trasnochos y corrillos; ahora es el rígido capote tras el cual, habiendo vislumbrado al vecino, nos ocultamos mediante apresurada revolera sin saludarlo siquiera. La puerta, el portal, articulaba la casa con la calle, el resto de la vida. Frecuentemente nuestras puertas eran hermosas, provenientes de maderas taladas en su sazón; los herreros creaban para ellas lindos picaportes, preciosos bocallaves con llamativos motivos y unas llaves que envidiaba el mismísimo san Pedro. Pura artesanía, de manera que desde ellas hasta la iglesia cuentan que se plantaban parras para que, cuando la chica fuera a misa, no le diera el sol en la cara. Pura cortesía vitivinícola.
Recuerdo estas cosillas porque el pasado fin de semana leí que el antiguo alero de madera del logroñés Palacio de Monesterio ha sido sustituido por otro de acero cortén, material que parece ser no utilizaban los carpinteros e imagineros riojanos de hace siglos. La gracieta se alargaba al constatar que había desaparecido la puerta original, dicen que por hallarse muy deteriorada. Yo no hago periodismo de investigación, pero me consta que en estas tierras riojanas portones en excelente estado han desaparecido, desde encopetadas mansiones o casas corrientes, encaminados hacia lugares misteriosos.
Los casos pueden contarse por docenas. Me viene a la memoria uno acontecido en este siglo XXI, tan poblado de progresismo como el anterior. Había fotografiado una puerta de finales del XVII, enaltecida por ciento cuatro clavos de forja, por cuya ausencia se me ocurrió preguntar a un concejal, el cual se limitó a esbozar una sonrisa, como si yo le preguntara por la camarosidad de los papátricos (no eche mano del diccionario, es una expresión que me acabo de inventar). El edil era el de Cultura.
Nuestras queridas localidades poseen multitud de elementos definitorios, de la Sierra al Valle. Uno de sus detalles emocionantes son las puertas, desde ésa de Castroviejo repletita de cariconchas jacobeas hasta la de la cárcel de Inestrillas, que se salvó
in extremis
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