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MATEO SANCHO CARDIEL
Martes, 18 de septiembre 2007, 06:21
El 14 de septiembre de 1982, Grace Kelly, una singular mujer que ganó un Oscar de Hollywood y luego se coronó princesa, murió en un accidente de tráfico en la sinuosa carretera que conduce a Montecarlo.
Un cuarto de siglo después de aquel trágico suceso, la esposa de Rainiero de Mónaco vuelve a inspirar exposiciones, a acaparar portadas y su figura continúa envuelta en un aura de misterio.
Pocos pueden presumir de que su belleza y popularidad hayan levantado un país entero, pero ese fue el caso de Gracia Patricia Kelly que, aunque fascinó al público en los años cincuenta como Grace Kelly, se convirtió en mito como princesa Gracia de Mónaco.
El pequeño principado mediterráneo ya ha comenzado su ronda de homenajes a la añorada princesa que puso en el punto de mira mundial un escaso territorio -apenas 200 hectáreas- con aspiraciones turísticas convencionales para encumbrarlo como punto de encuentro de la alta sociedad y del lujo pero también como centro de juego, gracias a sus afamados casinos, del derroche y de la especulación inmobiliaria.
En el Grimaldi Fórum de Montecarlo -donde la actriz y princesa ha dado nombre a una avenida, un teatro y dos zonas ajardinadas- desde el 12 de julio se expone
Los años de Grace Kelly
Esta última viajaba con ella la noche en la que Grace redondeó para siempre su condición de leyenda, cuando un ambiguo accidente truncó su vida, a los 52 años, y pese a los esfuerzos de los médicos del hospital al que fue trasladada y que, irónicamente, llevaba su nombre.
Las carretera escenario de su triste final era, además, la misma que había ayudado a levantar su mito como escenario de una de sus secuencias más icónicas, al lado de Cary Grant, en la película
Atrapa a un ladrón
En aquel film, Kelly había explotado una imagen que se adhirió a ella para siempre: la de la quintaesencia de la sofisticación, forjada en una belleza espectacular, en una gracilidad heredada de los cuerpos atléticos de sus padres -remero olímpico él, gimnasta ella- y en una actitud situada en la intersección de lo gélido con lo volcánico.
Ese es el espíritu que, 25 años después de su muerte, permanece casi intacto, inmune a biografías no oficiales que afirman que, en la intimidad, Grace Kelly fue despiadada, calculadora y tendente al alcoholismo.
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