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Preguntarle «¿qué es un periodista?» a un periodista es un empeño casi perfectamente inútil. Es como poner un espejo delante de otro, como pedirle a un psiquiatra que se autoanalice. Es un intento condenado al fracaso porque, en fin, hay pocas cosas que se nos ... den a los periodistas tan mal como explicarnos a nosotros mismos.
No porque no sepamos qué decir, ojo. De eso nunca vamos cortos: los repertorios de frases sobre periodistas y periodismo son de lo más florido que uno puede leer. Casi siempre ocurrentes, cínicos las más veces, nos describimos a nosotros mismos alternando entre el pesimismo y la autoindulgencia, entre el «esto es una mierda que no hay quien arregle» y el «si no fuera por nosotros no hay democracia».
Y así nos quedamos, en algún punto intermedio entre empezar el día sintiéndose García Márquez al leer lo que uno ha escrito y terminarlo buscando en el BOR cuándo sale la oposición para el gabinete de prensa del Ayuntamiento. Harto estoy de la frasecita de Bismarck («un periodista es alguien que se ha equivocado de carrera»), pero quizá más harto aún de la de Kapuscinski: «Para ser periodista hay que ser ante todo buena persona». Nos ha jodido, Riszard, querido. Y para ser fontanero.
Porque entre esos dos extremos de los que les vengo hablando confieso que miro con simpatía al cínico y con pura desconfianza al mesiánico. Como pose ante la profesión, ante la vida en general, me parece más sana la del que se mira los pies y no ve los zapatos de un hombre importante.
Según pasan los años cada vez creo más crucial señalar que esto en realidad es un trabajo como otro cualquiera. Hay días en que se hace bien, otros en los que más te valdría haber pillado un covid y, en medio, una enorme mayoría de jornadas de pelea común y corriente de los que sólo sales con sueño y un día más viejo.
Pero como para cualquier otro «trabajo cualquiera», me va pareciendo que hay unas cuantas condiciones que uno debe cumplir. Requisitos para aspirar a periodista decente. No ya excelente, ni épico, ni influyente, ni para trabajar en el New York Times. Sólo decente, que ya es.
Querer serlo. Periodista, digo. No tertuliano (ay), ni influencer (más ay), ni corresponsal de guerra, ni presentador del telediario, ni matiasprats ni manueljabois. Querer ser periodista, o sea, dedicarse a averiguar y a contar, con contención y cierto estilo, algunas de las cosas que pasan. Nada menos, pero sobre todo nada más.
Que te dejen serlo. Hay buenos periodistas que hacen mal periodismo, sencillamente porque hay malos medios. Sitios donde la agenda propia de la casa pesa tanto y asfixia tanto que lo que sale de allí sólo es comida para consumo interno de fieles de su secta. Caer en una empresa que huya de ese peligro es una suerte y un privilegio del que no todos disfrutan.
Saber de qué va. Y me refiero a lo mas prosaico. Esta es una gran profesión, pero un curro lamentable. Hay estrés, hay fines de semana, hay horarios malos, hay divorcios, hay sueldos, hay condiciones. Hay más de un tajo que es así, ya, pero este sin duda es así.
Ser honrado. Lo que decía Kapuscinski, que por supuesto que tenía razón. Saber que uno no es objetivo porque no puede serlo, porque nadie lo es. Y, siendo consciente de esa tara de origen, examinarse para ver si la realidad te da la razón o te la quita en esa historia que estás contando. Hay una vocecita que te susurra impertinente cuando hay un conflicto entre lo que te gustaría estar describiendo y lo que ves. Si acallas esa voz suficientes veces acabarás por dejar de oírla y vivirás más seguro de ti mismo. Enhorabuena entonces: ya serás un periodista de mierda.
Ser humilde... García Márquez sólo había uno, y hasta ese uno tenía problemas para elegir entre lo vero y lo ben trovato. Cuando se vendía más prensa de papel, ir a comer chuletillas era una gran escuela de periodismo: el mejor artículo de hoy sirve mañana para limpiar parrillas. Pero ahora que lo digital es la vida hay un equivalente igual de molesto en forma de pantallica de audiencias de la web. Cuesta asumir que tu gran tema atrae a menos gente que la boda de un futbolista en Fuenmayor, y que eso no es necesariamente malo ni bueno: simplemente es así. Y nosotros nos vanagloriamos de ver la realidad como es, no como querríamos que fuera. A la gente le interesa lo que le interesa, rayos, y toca tragar bilis cuando por la noche veas a tu media naranja repasando la galería de los invitados a la boda.
...pero creer en el «a veces». Pero dicho eso, entre bodas, titulares con trampa, Google y el 'clickbait' apestoso hay un «a veces». «A veces» uno tiene el enorme privilegio de ver que lo que cuenta ha marcado una diferencia. Entonces resulta que has ayudado a mejorar una esquina de la vida de algunos, y con mucha suerte es posible que haya alguno que hasta te lo agradezca. Durante diez minutos: luego él volverá a buscar fotos de famosos y tú a por la siguiente historia que signifique algo. No será mañana pero, con suerte y la fe del que no pierde de vista lo que importa, llegará.
Respetarse. No, uno no salva la democracia ni el mundo, y en realidad sólo tiene una cosa que al final es importante. Viene en el DNI, un nombre y un apellido. Todos y cada uno de los artículos que escriba empezarán con esas palabras, y eso sólo tendrá el peso que cada uno le dé. Luego uno se jubilará y será uno más en una lista de 135 años de un periódico de provincias, sea lo que sea eso. Pero si decide no honrar esa firma, hay algo seguro: no significará nada.
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