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Esta empresa lleva 135 años dedicada al periodismo, y quien esto escribe tres décadas ya ganándose el jornal gracias al desempeño de esta extraña actividad. Pero, ¿qué demonios es el periodismo? La pregunta, al contrario de lo que sería natural pensar, me la planteo cada ... vez con más frecuencia, pues la inseguridad de estar o no ejerciendo este oficio con la pulcritud y el respeto que merece se acrecienta, paradójicamente, a la par que aumenta mi veteranía. Quizá tenga que ver este desasosiego mío con el advenimiento de la era digital, que ha puesto todo pata arriba. Quizá. Pero ya volveremos más adelante sobre este tema.
El caso es que hubo un tiempo en el que sabía contestar a esa pregunta con firmeza y de carrerilla –una pregunta muy académica, con su respuesta, también muy académica, subrayada a lápiz en las primeras páginas de un manual de redacción periodística del tamaño de uno de los sillares del acueducto de Segovia–, pues de otra manera no hubiera superado el primer año de la carrera. Pero ya no me acuerdo de aquello ni creo ahora que ninguna definición sea capaz de explicar semejante concepto.
Sé –esto voy a darlo casi por seguro– que la curiosidad es el embrión del periodismo. La curiosidad por conocer sobre qué elementos inmateriales está cimentada la sociedad que a uno le ha tocado vivir, y luego están las ganas, claro, de querer contarlo a los demás. Dicho de otra manera: el periodista tiene la necesidad (o la obligación) de preguntarse qué está pasando a nuestro alrededor, descubrir por qué sucede lo que sucede y esclarecer qué consecuencias puede tener para la comunidad y para cada uno de nosotros.
Cumpliendo estas premisas en apariencia sencillas uno puede empezar a montar lo mismo un reportaje humano sobre una anciana con orden de desahucio que una crónica política que sacuda la raigambre de una corporación municipal, pongamos por caso.
El problema es que este elemental proceso de hacerse las preguntas adecuadas, encontrar las respuestas satisfactorias y contarlas de manera inteligible a tu audiencia choca en numerosas ocasiones con los intereses de quienes se tienen aprendida esa cantilela de que la información es poder y se esfuerzan por manejarla de forma interesada, falsearla o, directamente, ocultarla. Estamos hablando, sí, de gobiernos, administraciones, instituciones, entramados empresariales... De todo organismo o individuo que no comprende o no quiere saber que la información no es poder, es un derecho. Un derecho fundamental, constitucional en cualquier estado democrático, que ayuda al ciudadano, a base de información veraz, relevante y honesta, a entender su entorno, a tomar decisiones y a sentirse por tanto un ser libre. Y los periodistas somos los guardianes de ese derecho, ni más ni menos.
Pero sucede también, y yo diría que cada vez de manera más frecuente y peligrosa, que los enemigos de esa información veraz, relevante y honesta no se encuentran siempre al otro lado de las puertas de las redacciones sino que también operan, de manera consciente o inconsciente, desde el seno del propio colectivo periodístico.
Creo que me he metido en un jardín, pero qué le voy a hacer; así me ha salido. No pienso darle a la teclita de borrar sino que aprovecharé las lineas que me quedan de este artículo para explicarme de la mejor manera posible. Como no es mucho, comenzaré reformulando mi párrafo anterior en una única frase, corta y sencilla: al periodismo nos lo estamos cargando desde dentro.
Una infalible manera de hacerlo es volcando buena parte de nuestros esfuerzos a la elabor ación de contenidos banales, superficiales, intrascendentes. Siempre ha habido, es verdad, un huequecito desengrasante en el periodismo para estos menesteres (un chascarrillo de sociedad, el sucedido insólito, lo impúdico, lo bizarro) pero nunca hasta ahora se les había dado tanto protagonismo en el menú informativo que sirven los medios de comunicación a sus audiencias. Supongo que estamos mimetizando el contenido que inunda a diario las redes sociales, ese que tanto parece enganchar al personal, en un intento de que se enganchen también a nuestro negociado, pero supongo también que el periodismo es otra cosa.
Como verán, ya me estoy empezando a referir a las consecuencias de la digitalización, a la que me refería al comienzo. Y voy a continuar haciéndolo, porque creo que también a ella se debe la falta de rigurosidad, de exactitud, de veracidad al fin y al cabo, de algunas noticias que leo en mi ordenador o mi móvil, a veces elaboradas por cabeceras de cierto prestigio. Supongo que son las prisas, la urgencia por contar, por ser el primero, pero supongo también, de nuevo, que el periodismo es otra cosa.
Otras veces resulta que las noticias que leo en las páginas web están encabezadas por titulares ininteligibles, inconcretos, incompletos o directamente embusteros. Es la búsqueda del clic a toda costa, pero no hay nada que me parezca más antiperiodístico que esos malditos titulares.
Y así podría seguir un buen rato, pero dejémoslo ya, que estamos de celebración. Hemos cumplido 135 años de periodismo. De periodismo del bueno, así lo creo sinceramente. Y también creo que quedan por delante al menos 135 años más si seguimos recurriendo a la receta de la abuela: preguntas, respuestas e información veraz, relevante y honesta.
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