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En mi primera clase de la Facultad de Periodismo en la Pontificia de Salamanca, un profesor de Comunicación nos dijo que en aquella aula sobrábamos más de la mitad, que más de la mitad de todos los que estábamos allí no íbamos a acabar viviendo ... del periodismo. A eso le llamo yo motivación.
Hoy, veintitantos años después, me encantaría encontrármelo por la calle para decirle que yo sí, que yo sí vivo de esto y, es más, no me imagino haciendo ninguna otra cosa mejor. Y no sólo eso, sino que disfruto de esta profesión, de sus cales y de sus arenas y de todo lo que me ha traído, para bien y para mal. También le diría que aprendí de periodismo aquí, entre estas paredes que son como mi segunda casa, no con las clases que él y muchos otros me dieron. Que mis verdaderos maestros fueron los compañeros que me enseñaron a titular en condiciones, unas veces con más inspiración que otras, a escribir en orden y con claridad, a educar mi criterio para ver qué es noticia y qué no y que me acompañaron de una sección a otra de las que he ido tocando, y son unas cuantas. Personas que unas veces te dicen «así no» o «dale una vuelta a esto» y otras te dan una palmadita en la espalda de las que saben a gloria.
Hace ya muchos años que llegué a la sección de Comarcas, para mí uno de los pilares diferenciadores de nuestro periódico. Ningún medio de la región cuenta con una red de corresponsales como la nuestra y eso es lo que nos hace únicos, lo que nos permite llegar a donde otros no llegan. Todo a base de su sacrificio y de restar horas a lo que ahora llamamos conciliación. Hace muchos años que trabajo y aprendo de la mayoría de ellos. Periodistas de pueblo para muchos, para mí la expresión más cruda y directa del periodismo; profesionales que tienen que buscarse la vida día tras día para sacar chispas a zonas donde, a veces, no las hay; que se tienen que cruzar constantemente por las calles con las personas de las que han escrito, y no siempre de temas fáciles o agradables; y que en la mayoría de los casos están disponibles para ejercer su trabajo 24/7. No todo el mundo aguanta un trabajo así, porque, desde luego, no es ni cómodo ni fácil.
Pues con todos, más las dos personas que hacemos de enlace en la redacción entre ellos y el resto de compañeros de otras secciones, hemos creado nuestra peculiar familia. Cada uno de su padre y de su madre, unos jóvenes, otros más veteranos, con caracteres más o menos fáciles, haciendo a veces no sólo de compañeros, sino también casi de psicólogos unos con otros. Las de aquí echando una mano para tratar de hacer más fácil su trabajo y su día a día y los de allí buscándose las habichuelas para ofrecer temas atractivos y de los que interesan de verdad, removiendo hasta debajo de las piedras.
Y es que los corresponsales son la voz de los más pequeños y de los que, habitualmente, no tienen forma de llegar al gran público, la voz de todos los rincones de La Rioja, los que marcan la diferencia. Son la vida del mundo rural y uno de nuestros bienes más preciados que debemos reconocer y cuidar. Por todo ello, mi homenaje al periodista de pueblo, pocos lo merecen más.
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