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CASIMIRO SOMALO
Sábado, 29 de marzo 2014, 00:33
Benita Victoriano, la abuela de Oyón y una de las mujeres más longevas del país, cumplía ayer 107 años. Y lo hizo con flores, tarta y un desfile constante de hijos, nietos y bisnietos por el domicilio de uno de sus hijos. Un año más para dejar constancia de toda una vida en la que ya resulta difícil contar a toda su descendencia.
El año pasado fuimos el mismo día de primavera abierta. A la abuela le pesa el tiempo transcurrido. Un año, pero ya son muchos. «Sí, se le nota un poco más parada», aseguraba su nieta María José, hija de Bautista, uno de los mayores ya fallecido.
Bendita sigue el ritmo diario de sueños y comidas. Vive en las casas de dos de sus hijos. En Oyón, siempre. Se levanta a las 9 ó 9.30 y en torno a las 12, comida. «Todo, claro, pasado. Pero no hace ascos a nada. Es más, le gusta todo y le hace despertar», cuenta la nieta.
Del año pasado al 2014 hay una primavera más. Contaba su nieta que otros cuatro bisnietos se han sumado a una prole interminable. Hasta se le hace difícil contarlos. Pero si el año pasado tenía 27 y 33 bisnietos, cuatro más acaban formando una saga interminable. Normal.
La vida discurre tranquila. De casa de Ángel a la de Nieves, la pequeña. ¿Al médico? «Desde que yo tengo memoria ha estado dos veces ingresada. Con 99 años nos dijeron que no iba a salir porque tenía un problema de vesícula del que no iba a salir. Le dieron dos días, dice. Pero de un día para otro salió para adelante y ahí está», contaba la nieta ayer por la mañana.
Los años pasan. Los tiempos quedan. Debe ser que en la memoria se guardan los recuerdos más íntimos y personales, las imágenes que son capaces de conmover los sentidos, los años, la memoria y hasta el olvido.
La abuela Benita cumplió ayer 107 primaveras. Deben ser de otra pasta, de las de antes. La saga familiar la rodeaba ayer en la presencia y en la ausencia. Benita abría los ojos de la mujer que debió ser en su tiempo. Cansada sí, pero llena de fortaleza para haber sido capaz de superar bendiciones y dolores del marido y de los hijos ya fallecidos y, también, para comprender por unos instantes que hasta las flores necesitan de la voz y el calor de los seres queridos.
Bendita Benita.
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