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J. SAINZ
Domingo, 2 de marzo 2014, 11:42
«».
Dos guerras reales han pasado por encima de la ermita de San Bartolomé de Orzales. Y, a la vista de su estado ruinoso, un absoluto abandono; como una tercera guerra, larga, callada y olvidada, pero, al igual que las otras, devastadora. Nunca se ha hecho nada por salvar lo poco que queda de este monumento gótico, con evidente riesgo de hundimiento, incluido por Hispania Nostra en su 'lista roja' de patrimonio histórico-artístico riojano en peligro.
Junto a Rivas de Tereso, en el término municipal de San Vicente de la Sonsierra, Orzales fue una antigua aldea en las faldas de Toloño. En 1556 consta con ocho vecinos y en 1769, como caserío. Según P. González, como recoge la Revista de Archivos, fue quemada por los franceses en 1808 durante la Guerra de la Independencia. Su primera guerra. Fue por orden del general de división Jean Antoine Verdier, distinguido después en el sitio de Zaragoza, que ordenó destruir la aldea tras sofocar una insurrección en Logroño.
Era práctica habitual del ejército bonapartista. «Nuestra riqueza monumental sufrió lo indecible -lamenta en referencia a 'la francesada' Francisco Fernández Pardo, historiador especializado en patrimonio destruido y desaparecido-. Muchos templos se encontraban lejos de los pueblos, extramuros de las ciudades, y esta lejanía fue fatal. Sólidamente construidos, muchos constituían verdaderos bastiones; en ellos se refugiaban las tropas, se servían de ellos como cuarteles u hospitales y a su salida los arrasaban para que no pudieran servir a los enemigos. Cuando no cayeron por el fuego o la pólvora, fueron gravemente dañados».
Muy probablemente fue eso lo que ocurrió a esta ermita. Y la estrategia militar en lo que a templos se refiere no varió mucho en las posteriores guerras carlistas. La segunda guerra de Orzales. Así, años más tarde se atribuyen nuevos daños al liberal riojano Martín Zurbano. En el verano de 1835 Zurbano creó una tropa franca del bando isabelino conocida como 'Batallón de Voluntarios de La Rioja-alavesa', comenzando a actuar en esa zona sonserrana. En sus correrías Zurbano y su tropa pusieron en jaque de forma rápida a cuanta tropa carlista les salía al paso. Eran expeditivos y no se detenían en miramientos. «-cantaban unas coplillas-». Con coplas o sin ellas, lo cierto es que en enero de 1836 Zurbano manda volar Orzales.
EDIFICACIÓN INCOMPLETA
Aunque es probable que el edificio diseñado no llegara nunca a construirse completamente (así parece indicarlo el estado de los arranques de los muros laterales que debían delimitar el segundo tramo de la iglesia), en la actualidad se conservan únicamente los restos consistentes en la cabecera del templo levantado con sillería de arenisca y proyectado con una sola nave con contrafuertes en los vértices y en los muros laterales, señalando la separación de cada tramo de la fábrica.
El elemento arquitectónico más relevante es la bóveda que cubre la cabecera. Se trata de una bóveda de crucería con terceletes, cuyos nervios arrancan desde ménsulas colgadas. Esta solución constructiva permite fechar el momento de la edificación entre fines del siglo XV y comienzos del XVI. Como la ventana apuntada que se abre en el muro meridional, decorada con parteluz y tracería; y el nicho compuesto en el interior del muro septentrional, interpretado como sagrario, que se remata con un arco conopial.
Además del carácter incompleto, la fábrica presenta diversas alteraciones provocadas por su aprovechamiento para fines distintos de aquellos para los que fue concebida: existen series de mechinales, composición de forjados de madera que compartimentaron, tanto el espacio interior, como determinadas zonas del perímetro exterior; otra alteración importante fue la apertura de una pequeña poterna rasgando el muro del testero; también se reconocen en el interior de la cabecera zonas en las que la sillería debió quedar expuesta a la acción del fuego.
Y lo peor de todo, el olvido, el abandono de un monumento histórico-artístico. La tercera y última guerra perdida de Orzales.
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