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MIGUEL LORENCI
Martes, 25 de febrero 2014, 00:02
Un viaje de las tinieblas de la España negra a la luminosidad de sus paisajes. Así cabe leer la exposición que el museo Thyssen-Bornemisza dedica a la aventura creativa de Darío de Regoyos y Valdés (Ribadesella, 1857-Barcelona, 1913), el único impresionista puro del arte español. Un pintor «obsesionado» con la luz y el paisaje pero que «no ha sido puesto en valor en la medida suficiente», según el director del Thyssen, Guillermo Solana.
La muestra, que reúne más de un centenar de piezas, se concibió para conmemorar el primer centenario de la muerte del pintor. Es menos extensa que la ofrecida por el Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde inició un periplo que concluirá en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, coproductor de la exposición con los otros dos museos.
Juan San Nicolás es el comisario de la exhibición, que recorre todas las etapas de Regoyos, formado en Madrid y Bruselas, simbolista de primera hornada y que, tras subirse al carro del puntillismo a su paso por Francia, Bélgica y el Reino Unido, abrazó el impresionismo casi como una religión hasta convertirse en el máximo representante del movimiento en España.
Y eso que la adscripción a esta corriente, lejos de contribuir a encumbrarlo, retrasó lo suyo el reconocimiento de su talento. «Fue denostado por ser puntillista, paisajista y el único impresionista en España, algo que no encajaba en la tradición plástica española y que le perjudicó mucho», lamenta San Nicolás.
Ha elegido el centenar de obras entre óleos, pasteles, acuarelas, dibujos y grabados que, junto con documentos originales, cartas y fotografías, muestran las diversas formas de expresión, los intereses temáticos y la evolución estética de toda la carrera de Regoyos. La muestra da razón de la temprana relación de Regoyos con pintores, músicos y literatos belgas y franceses, de su activa participación en los círculos de vanguardia, y dibuja el activo perfil internacional de este amigo de Pisarro, Seurat, Ensor y Signac que expuso por toda Europa.
Su empeño de jugar con la luz y dominarla, de mostrarla en todas sus variantes pintando siempre del natural en exteriores y sin bocetos, es lo primordial de la aventura plástica de Regoyos. Su obra se caracteriza por la originalidad de su colorido y la audaz representación de los fenómenos atmosféricos que hacen de los paisajes de Regoyos «uno de los episodios más innovadores del panorama artístico español de la época».
«La luz era su obsesión», insiste el comisario, que pone el acento en ese viaje de Regoyos hacia la luminosidad «desde las primeras obras que muestran la España negra y sombría», una tradición cultural «de la que tomó distancia pasando de sus primeras escenas de dolor, tristeza y miserias a la celebración de la luz y el paisaje». «Su desafío era plasmar todas las situaciones de la luz en sus óleos con fidelidad y colores auténticos», explica el comisario. De ahí que haya varias telas que recrean un mismo escenario bajo distintas condiciones, ora la caricia de sol, ora el castigo de la lluvia el viento o la humedad.
Nacido en una adinerada familia, renunció Regoyos al bienestar burgués por su decidida entrega a la pintura en la que el reconocimiento llegaría tarde. «Fue perseguido por ser impresionista y sufrió mucho por no seguir la corriente dominante», insiste el comisario. A pesar de la incomprensión de una parte de la crítica, Regoyos se mantuvo fiel a su apuesta impresionista a lo largo de toda su carrera. De ahí que el núcleo de la exposición celebre al Regoyos impresionista con un importante conjunto de óleos consagrados al paisaje.
Pero la muestra se ocupa de todas sus etapas. Primero de los años formación en Madrid, en grupos de vanguardia como L'Essor y Les XX y donde nace su interés por los efectos de la luz. Se centra luego en su vuelta a España para retratar en su periodo más tenebroso 'La España negra', con obras más simbolistas en las que muestra el lado más sombrío de la tradición española, y una breve etapa de experimentación divisionista. Gracias a su amistad con artistas como Seurat, Signat y Pissarro, conoció y comenzó a aplicar la técnica puntillista, aunque su etapa cumbre es la impresionista.
Con el cambio de siglo se une a artistas vascos como Losada, Iturrino, Uranga o Zuloaga que, desde Bilbao, trataban de renovar el contexto artístico local. En 1907 se desplazó con su familia a Vizcaya y se instaló en Durango y, más tarde, en Bilbao y Las Arenas. En 1912 se establece en Barcelona y, aunque enfermo de cáncer, celebra allí dos importantes exposiciones y continúa pintando al aire libre. Un año después, moriría con 55 años.
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