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J. ALBO
Domingo, 23 de septiembre 2012, 03:02
Se llama 'La casa de las sonrisas' y es el sueño de Ernesto Díaz, un santanderino de 36 años que conoce bien el Camino de Santiago; que tiene un amplio currículum como hospitalero voluntario y que durante el ejercicio de éste en Grañón se enamoró del pueblo, de su gente y puso la vista y sus ahorros en una vieja casa de la calle Mayor que, poco a poco, va transformando en un albergue de peregrinos. En realidad ya lo es, pero inconcluso, porque de los 584 metros cuadrados que tiene la propiedad que adquirió sólo 62 están reformados. «Había dinero para comprar, pero no para reformar», explica.
No es un albergue al uso. Ernesto dice que es uno de los pocos privados de Europa que se financian con donativos, «si no el único». A cambio ofrece alojamiento, cena y desayuno. Más que un negocio es una forma de vida. «Es una apuesta bastante... -medita unos instantes la palabra-... arriesgada, pero es mi sueño, y ahora soy feliz», se sincera.
Es un albergue hecho «por y para los peregrinos». Literalmente, porque son los propios caminantes, algunos vecinos del pueblo y amigos, los que con su voluntaria ayuda van cambiando su imagen. «Cuando cuento mi historia uno me dice: pues yo soy electricista; o yo sé pintar, rasear paredes... Hasta 41 peregrinos han trabajado en esta casa», indica. Cada una de sus paredes está decorada por un inquilino distinto. Una de ellas también por niñas del pueblo. De hecho, sobre una mesita del pasillo hay material para quien quiera dejar constancia de su paso en las 'paredes pintables'. En un dormitorio se ve un mapa en el que se lee que el Camino de Santiago llega hasta 'La casa de las sonrisas'. Es, como se ve, un albergue interactivo, que va creciendo a medida que los peregrinos pasan.
Ernesto cuenta que la casa tiene algo especial, que deja en el peregrino muy buenas sensaciones. «De los 41 peregrinos que han estado trabajando aquí, 22 han vuelto para pasar su último día en ella, antes de regresar a sus países», dice. A ello añade la historia de un peregrino irlandés que peregrinaba con las cenizas de su padre. «Nos dijo que este era el sitio más especial que había encontrado en tres años de Camino y quiso que las cenizas se quedaran aquí. Los que estábamos metimos las manos en pintura que mezclamos con las cenizas, y ahora están en esa pared», dice señalando un dormitorio.
Con la ayuda de muchos que le están ayudando a erigir su sueño, espera que el albergue siga creciendo a partir de otoño. «A través de Facebook y de la gente que conoce la casa confío en que a partir de octubre y noviembre vengan muchos a echarme una mano para seguir reformando la casa», confía. En sus dos primeros meses ha recibido a unos 270 peregrinos.
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