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María Victoria Mazo Martínez sostiene a un pequeño. :: L.R.
Esperanza en la selva amazónica de Perú
RIOJANOS POR EL MUNDO

Esperanza en la selva amazónica de Perú

Victoria Mazo Martínez Misionera autoleña

M. MAYAYO

Martes, 31 de julio 2012, 02:21

En la Misión Esperanza, en plena selva amazónica de Perú, todos los días comen 300 pequeños; todos los días los niños van a la escuela y todos los días se atiende a los enfermos que hasta allí acuden. En la Misión Esperanza faltan muchas cosas materiales, pero se derrocha y se respira esperanza a raudales.

A Victoria Mazo Martínez, religiosa de las Misioneras del Pilar, el corazón se le aceleró cuando hace 24 años le propusieron participar en la creación de una misión en la Diócesis de Moyobamba -cerca de la Rioja peruana-. El bosque amazónico, con un clima tropical húmedo que te hace sudar a chorros y una vegetación desbordante hasta confundirte, no arredró a la religiosa que sólo vio la posibilidad de cumplir su anhelo. «Me ofrecí voluntaria para trabajar y entregarme allí en servicio a los pobres por Dios y a Dios en los pobres», sentencia imbuida del espíritu que guía su vida.

Tras unos meses de preparativos, lograron abrir una casa en Cuñumbuque, voz que traducida significa 'la boca del infierno'; lo que da una idea del pesado e insoportable calor que reina en el lugar. «Poco a poco comenzamos nuestro trabajo atendiendo y visitando a los pobres, los distintos poblados, dando nuestro testimonio y nuestra amistad», explica la religiosa. Adaptarse a las altas temperaturas y también a la comida fue todo un reto que no quedó más remedio que asumir.

Cinco años después, la comunidad de religiosas asentada en Lamas se marchó y les ofreció su casa, lugar donde se trasladaron y aún viven. «Tuvimos que reconstruirla tras el terremoto de hace un lustro que destruyó el 70% de las edificaciones y en el que murieron algunas personas».

Es la Misión Esperanza. Ahora residen en ella cinco religiosas y cada una de ellas se responsabiliza de un área. La riojana se encarga del comedor, donde cada jornada comen trescientos niños; sus madres, por turno, colaboran en la distribución y cuidado de los niños. El resto de las religiosas tienen asignadas las tareas de escuela, atención a los enfermos y visita a la extensa zona que les toca, apoyadas por un sacerdote. «Ahora -explica- ha llegado un grupo de sacerdotes de Toledo junto a un nuevo obispo pero están en Moyobamba, a unos cien kilómetros». Demasiado camino.

Hay mucho sacrificio en esta pequeña Misión, admite Victoria. «Subsistimos con las ayudas económicas de muchos voluntarios riojanos... Aunque cuestan mucho los envíos de ropa, merece la pena porque aquí no hay nada». Calahorra, Autol, Murillo, Navarrete, Alfaro, Baños, Nalda y alguna parroquia logroñesa están comprometidos con su ayuda en dinero y ropa», concluye la monja sonriente y con esperanza, mucha esperanza.

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