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EDUARDO AÍSA
Viernes, 26 de agosto 2011, 02:51
Cuando hablamos de obras para dos violines pensamos inmediatamente en los 44 dúos de Béla Bartók o en la formidable Sonata para dos violines de Sergei Prokofiev -obras ambas de referencia en el género, de pleno Siglo XX y muy frecuentadas en los conservatorios de música-, pero donde verdaderamente encontramos producción abundante y de calidad para dos violines es en el largo periodo barroco.
El programa que nos proponían estos dos grandes violinistas cubría un amplio abanico de 150 años, desde el prebarroco Orlando di Lasso hasta el gran virtuoso del violín Jean-Marie Leclair (piensen que es la misma distancia temporal que va de Mozart a Shostakovich, nada menos) y supuso un precioso y completo recorrido por el lenguaje musical barroco, repleto de imitaciones, frases en eco, batallas y variadas figuras canónicas. Contrapunto a tope.
Ya desde los primeros compases pudimos comprobar la gran calidad de estos dos violinistas, su límpida emisión, su precisa digitación y su elegante sonido, que unidas a una perfecta compenetración y adecuación estilística, les sitúa como dúo de violines barrocos en un elevadísimo nivel interpretativo. Aparte de sus actuaciones conjuntas bajo el nombre Harmonie Universelle, tanto Florian Deuter como Mónica Waisman son primeros violines de algunos de los más prestigiosos grupos barrocos europeos y cuentan ya con una destacada discografía.
Tanto las fantasías de Lasso o Gibbons que abrían el programa, como el bellísimo Cappriccio de Vierdank estaban repletas de dificultades y se prestaban al lucimiento de los intérpretes, que supieron hacerles honor. Seguía un dúo muy 'cantabile' de Cristoforo Caresana y una divertida y desenfadada obrita de Telemann, la Suite Gulliver, con su ampulosa 'Intrada' y sus danzas liliputienses, para terminar con la espectacular 'Furia de los traviesos yahoos'.
A partir de aquí el concierto cambió de color y de consistencia con el temible 'Canon en Hypodiapason' de 'El Arte de la Fuga', que Florian Deuter y Mónica Waisman superaron brillantemente en un alarde de afinación, de precisión en el fraseo y de autoridad interpretativa. Para el final quedaban dos sonatas de la Op.12 de Leclair de enorme dificultad como corresponde a un gran virtuoso del violín, de las que tuvimos una espléndida versión, especialmente la última con su bonito y melódico Allegro inicial, su perfecto Allegro moderato en canon, su saltarín Andante erizado de dobles cuerdas simultáneas para ambos instrumentos y el elegante Allegro non presto final. Hubo dos bellas propinas de Leclair, de gran lucimiento.
Un comentario pelín malicioso: ¿Vieron Uds. el violín de Florian Deuter con mentonera y almohadilla? Eso hace unos años era un sacrilegio para los puristas del barroco historicista, pero, como podemos ver, hay mitos que van cayendo.
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