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MI BALCÓNFÉLIX CARIÑANOS
Sábado, 16 de julio 2011, 02:32
Mañana domingo el sol saldrá por Mendavia. A las nueve sonará un cohete y comenzarán dos horas largas de cantos de auroras, interpretadas por varias docenas de grupos provenientes de localidades muy dispares. Es la XXXVª Concentración de Auroros de Navarra, a la que acuden campanas -el instrumento que más caracteriza a este subgénero musical- de lejanas tierras, no solo del valle del Ebro.
En definitiva, esta clase de cánticos, que se interpreta durante la noche antes de la salida del sol, es la supervivencia de las piezas musicales que antecedían al Rosario de la Aurora que se rezaba y cantaba por las calles antes de la misa de alba, la primera de la mañana a la que acostumbraban acudir devotos, labradores y pastores. Medalla de Oro de la Región de Murcia en 1998, constituye hoy una de las joyas de la tradición musical occidental, relacionada con varias culturas mediterráneas y del Próximo Oriente.
Estas cuadrillas de cantores constituyen en la actualidad uno de los motores del desarrollo espiritual y humano de las localidades donde habitan. En estos encuentros de despertadores -así los denominan en tierras de Alcañiz (Teruel)- yo suelo darme un garbeo por la explanada en la que desayunan antes de lanzarse a actuar por las calles. Veo auroros que en sus poblaciones pertenecen a equipos deportivos, institutos, grupos de teatro o de jotas, bordadoras, labradores, cocineros, periodistas, albañiles, investigadores, constructores de maquetas . Lo que usted pida.
De mocete tuve la suerte de vivir frente a un bar de nombre un tanto exótico: 'Bahía' (me expreso de esta manera porque parece ser que en mi pueblo no hay mar). En casa no teníamos radio, así que las voces de los hombres la suplían con ventaja; de ellas salían cabareteras novias arrabaleras, barcos que partían de Jamaica cargados de ron, un rey que cantaba las mañanitas. Y una noche de invierno ocurrió. Yo dormía hacía horas; una suave música me despertó; yo, muy niño, he salido al balcón y he visto unos hombres que llevan un armónium en una carretilla y cantan dirigiéndose a una imagen que preside uno de los portales de la muralla. No cantan tan fuerte como los varones de horas antes. Tiempos después sabré que son los auroros, que la imagen es la de la Inmaculada y que por esta puerta marchó a la muerte un tal César Borgia, tal como atestiguó el cronista general de Navarra Francisco de Alesón, jesuita fallecido en Logroño.
Hoy aquel niño es auroro y observa cómo una madre, en la rúa de Santa María, saca a su hijita al balcón envuelta en una manta porque a la niña le llaman la atención los auroros. Y han pasado sesenta años entre las dos escenas infantiles. Por todo ello, usted tiene una cita mañana, en Mendavia.
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