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SOCIEDAD

La revolución

No es la primera vez que me pregunto lo que está sucediendo en este complejo mundo del toro y del toreo. Siempre encuentro la misma respuesta. La culpa la tenemos todos

JUAN CRUZ GASTÓN

Domingo, 19 de junio 2011, 02:59

LA revolución de las masas. En esas estamos si no cambian las cosas. Ese que fuera gran filósofo, Ortega y Gasset, decía que no era posible conocer la idiosincrasia española sin analizar la fiesta de los toros. Otros escritores, taurinos más bien, decían que el malestar de nuestra España, muy querida para un servidor, el político, se manifestaba con anterioridad en las plazas de toros antes que en la calle. La calle, la verdad, es que no anda muy boyante en cuanto al contento de los ciudadanos, las protestas, en su enunciado, son absolutamente justas y democráticas. Otra cosa es en lo que suelen derivar, simplemente porque hay oportunistas, antisistema, anti todo lo que sea orden, el establecido por las leyes de las que está dotado el pueblo.

Ni soy político ni lo quiero ser, pero la revolución, la protesta en los cosos taurinos viene de largo. Ocurre que los aficionados a la fiesta, los apasionados, los que gustan y sienten el arte en la plaza, o el combate, como dicen los franceses, en ese rito que es el sacrificio del toro del que puede salir victorioso, somos bastante educados y respetuosos en las protestas en la plaza, pero si analizamos lo que está pasando en los últimos años, vemos, el que quiera verlo, que son muchos espectadores los que han abandonado las plazas de toros, pero no ahora que estamos padeciendo una tremenda crisis, económica y de valores, no, no, que viene de atrás. Impensable sería hace treinta años lo que está pasando en Cataluña con la fiesta de toros y más impensable sería lo de Barcelona, que tuvo en los años treinta y cuarenta tres plazas abiertas dando festejos. Ahora en la capital catalana odian la fiesta de los toros, a pesar de la larga, larguísima, historia taurina en toda Cataluña.

No es la primera vez que me pregunto lo que está sucediendo en este complejo mundo del toro y del toreo. Siempre encuentro la misma respuesta. La culpa la tenemos todos pero la principal, yo lo creo así, la tenemos los aficionados y por qué no decirlo, los profesionales de la pluma, del micrófono y de la tele. No todos, me refiero a los paniaguados, a los que están en la 'nómina' de los toreros figuras, los que cantan como extraordinario lo que es vulgar, los que magnifican la labor del torero pagano para los que siempre tiene la culpa el toro. La historia escrita de la fiesta de toros siempre ha tenido defensores y detractores. Los antitaurinos no son un invento reciente. Reyes y papas condenaron y suprimieron la 'salvaje' fiesta de toros, pero no consiguieron erradicarla porque venía de la propia entraña de la España culta, inculta y diferente.

Si escribo que la principal culpa la tenemos los aficionados es, sencillamente, porque hemos tolerado en la plaza, poco a poco, como hacen los nacionalistas, la disminución de la bravura del toro; porque hemos tolerado tropelías como el afeitado o la droga, los que hemos censurado a esos grupos reducidos de aficionados puristas, exigentes que protestan airadamente lo que consideran, no siempre con razón bajo mi punto de vista, que no merecen ver por el precio pagado. Esos grupos que eran los que marcaban el camino bueno para la fiesta casi han desaparecido. Las empresas veían como enemigos de sus intereses a esos grupos, que estaban en todas las plazas y ferias importantes, e hicieron todo lo posible por erradicarlos. ¿ Y ahora qué? De qué nos quejamos si nosotros mismos tenemos parte de culpa.

La 'comodidad', siempre peligrosa, de las llamadas figuras del toreo amparada por los propios ganaderos y empresarios ha colocado a la fiesta en una situación difícil. Si los toreros que pueden, en lugar de palabrería sobre ser o querer ser toreros de época, hicieran lo que hacían las figuras hace 50 años, no dejarse ganar la pelea, competir en el ruedo y no en los despachos, la situación podría cambiar, pero los pocos que tiene la moneda no la quieren ni cambiar ni perder. Así estamos.

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