Borrar
SOCIEDAD

Sencillo, riguroso, honesto

Su técnica, su gusto en las formas y colores y su saber sobre los materiales le han convertido en un mito

ENRIQUE PORTOCARRERO

Domingo, 29 de mayo 2011, 03:21

Cristóbal Balenciaga no imaginó que su nombre iba a pervivir en el mundo de la moda como un mito asociado al rigor, la belleza y la perfección. Seguramente, su austera discreción le impidió presagiar que su aportación a un oficio que consideraba artesanal iba a sobrevivir como huella imborrable en medio de un negocio o una industria del lujo dominada hoy, muchos años después de su desaparición, por las inflexibles reglas del mercado o por las pautas de estilistas, publicistas y magos de la mercadotecnia.

Pero fue tal su serena contribución a la técnica y a la estética del vestir femenino durante más de cincuenta años de magisterio, que su impronta ha trascendido al nombre comercial y al vértigo industrial del sector, permaneciendo inalterable en el mejor capítulo del siglo de oro de la moda, junto con Gabrielle Chanel, Christian Dior y tal vez Yves Saint Laurent.

Evidentemente, Balenciaga no fue un revolucionario en la sociología del vestir, como lo fueron Chanel, Saint Laurent o mucho más tarde Giorgio Armani, este último en diferente sentido. Sin embargo, su profundo conocimiento de la sastrería, su excelente asimilación de las técnicas desarrolladas por los grandes nombres de la Alta Costura desde Worth, su gusto extraordinario para componer formas y colores exquisitos, su formidable capacidad para incorporar a las creaciones sus influencias historicistas y artísticas o su especial inteligencia para experimentar con los materiales en soluciones técnicas y estéticas le consagraron en su tiempo y, lo que es más importe, le convirtieron en un mito de vigencia eterna.

Comenzó con la misma vocación que su admirada Madeleine Vionnet, buscando la simplicidad, la geometría clásica y la depuración de las líneas. Cuando en 1947 Christian Dior lanzó su revolucionario 'New Look', Balenciaga replicó con una experimentación tranquila que puso el énfasis en la belleza formal, perfectamente armónica con el cuerpo de la mujer. A partir de ahí, las respuestas del maestro en cada colección fueron de una belleza y una modernidad extraordinarias. El despegue de los vestidos del cuerpo con la línea 'tonel', los trajes semiajustados o los vestidos 'globo' hicieron compatible la comodidad, la belleza de las formas y la innovación. Lo mismo sucedió con los vestidos 'baby-doll' o con los de cola de pavo, ejercicios supremos de talento creativo.

Conmoción en la crítica

Paralelamente, la suntuosidad de los trajes de noche había incorporado ya desde años antes la elegancia de las influencias historicistas y artísticas, en concreto la asociada con los modelos vinculados al barroco español, a Goya, a Zuloaga o a ese japonesismo similar al de los kimonos. En 1957, su vestido 'saco' conmocionó a la crítica por la absoluta modernidad de una creación formal que se encaminaba a la abstracción, anticipando una deconstrucción que tardaría más de veinte años en surgir.

La diversa tipología de las mangas, la esbeltez lograda por cuellos de distinta inspiración y el perfecto encaje de los tejidos, los bordados y la sobreposición de materiales y colores que lograban efectos estéticos diferentes fueron también reflejo de una permanente búsqueda de la belleza, siempre en una perfecta simbiosis de tradición y modernidad. Al surgir con fuerza el cambio impuesto por el 'prêt à porter', Balenciaga decidió retirarse. Con 73 años, la industrialización de la moda le cogió demasiado viejo. Optó entonces por la retirada elegante, dejando tras de sí tanto el recuerdo de una personalidad entrañablemente discreta y misteriosa, como la sensación general entre el público y la crítica especializada de que la moda cerraba uno de sus mejores capítulos.

Y así fue, realmente, porque con Balenciaga desapareció el modisto completo, el artesano que dominaba de principio a fin el proceso creativo de la moda o el creador que solo vivía para su profesión, en la permanente búsqueda de la perfección. Paralelamente, surgió un mito y con él una marea de explicaciones sobre su discurso creativo que a veces han llegado al delirio.

Pero nada fue tan complicado, ni tan rebuscado. Porque Cristóbal Balenciaga tan solo fue un modisto sencillo, riguroso y honesto, al que la varita de la genialidad no volvió histriónico y grandilocuente, aunque le otorgara a cambio el maravilloso don de perseverar con humanidad en la búsqueda de la elegancia, la belleza y la perfección en cada trozo de tela, en cada corte, en cada línea y en cada uno de esos vestidos hoy ya convertidos en obras de arte. Casi nada.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

larioja Sencillo, riguroso, honesto