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Aspecto que presenta en la actualidad la tumba de Gallego y detalles del deterioro que sufre.
'El ruso' agoniza después de muerto
LOGROÑO

'El ruso' agoniza después de muerto

El deterioro amenaza la tumba del ingeniero e inventor Fernando Gallego, una de las más originales de Logroño

TERI SÁENZ

Sábado, 12 de marzo 2011, 12:22

Como le ocurrió a Fernando Gallego en vida, el panteón donde reposan sus restos tampoco pasa desapercibido. No hace falta ir hasta la calle San Juan del cementerio de Logroño para buscarla, porque la tumba asalta al visitante que se limite a brujulear por el camposanto. Se topará sin proponérselo con una imponente estructura de más de ocho metros de altura que combina una estridente mezcla de arte modernista y arquitectura egipcia. Su estructura rectangular está rematada por una cabeza que representa el rostro de una esfinge que recuerda a la Gizeh, y a lo largo de todo su entramado asoman figuras de cocodrilos, leones, búhos y otros animales difíciles de identificar. Todo el entramado está recubierto de teselas irregulares, algunas de ellas barnizadas con tonos metálicos que conceden al panteón un inquietante brillo los días soleados. La construcción está rematada por un juego de baldosas que incluyen crípticas inscripciones y poemas de corte surrealista.

Pero lo que más llama la atención es el lamentable estado que presenta. Rodeada por dos vallas de Mavyal y una frágil cinta de plástico, el panteón se resquebraja día a día, pieza a pieza. La mayoría de las baldosas se han desprendido, los felinos que coronan la estructura están decapitados, los cascotes se acumulan a los pies de la tumba, y el musgo, las hojas secas y un ajado ramo de flores artificiales ocultan cualquier vestigio de los orígenes de esta obra que guarda dentro su mayor secreto: el autor de la tumba de Fernando Gallego fue el propio Gallego, que empleó sus conocimientos de ingeniería y el bagaje artístico que atesoró en sus múltiples viajes por todo el mundo para construir su última morada.

Nacido en 1901 en Villoria (Salamanca), Gallego recaló al final de sus días en La Rioja. Pocos le conocían entonces por su nombre. Entre el Logroño de la posguerra aquel altísimo hombre de porte impecable y aires taciturnos era 'El ruso'. Quienes lo frecuentaron sostienen que el apodo le sobrevino por el gorro soviético con que se defendía del frío y una recia casaca que le confería un aire marcial. Instalado en una casona del camino viejo de Alberite llamada 'Villa Humildad' en honor a su mujer cuyo cuerpo también yace en el mismo panteón, 'El ruso' convirtió su tumba en su obra más ambiciosa tras estudiar en Madrid en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos destacando como el mejor alumno de su promoción en 1926, aprender cuatro idiomas, hacerse piloto de aviones, colaborar en grandes proyectos como el metropolitano de Barcelona a Sarriá y la estación de trenes de Francia en la Ciudad Condal y desaparecer una larga temporada en el extranjero. Ahí su rastro se pierde, aunque quienes le frecuentaron decían que aseguraba haber participado en la construcción de la grandiosa presa de Asuán, de donde provendría su obsesión por la cultura árabe y el arte egipcio.

Pero quizás su faceta más peculiar fue la de inventor. En su localidad natal patentó en 1932 el 'Aerogenio', un voluminoso aparato de alas cuadradas y un motor de diez cilindros ideado para volar en vertical y servir como lanzadera de explosivos que, antes de ser probado ante la expectación de toda Salamanca e incluso curiosos de Madrid, ardió por razones desconocidas. Un fracaso que no le arredró a la hora seguir imaginando modelos y prototipos hasta su muerte el 10 de junio de 1973.

También los fosores de Logroño lo guardan en la memoria. En particular lo complejo y aparatoso que resultó trasladar la tumba construida en 'Villa Humildad' hasta el cementerio logroñés -hay quien recuerda que debió cortarse Vara de Rey para desplazarlo- y el acompañante que este hombre «poco hablador y alto como un ciprés» traía al camposanto para visitar su obra: un cachorro de leopardo que llevaba atado con una correa de oro.

Esther de Corta y Myriam Ferreira, autoras del libro 'El cementerio municipal de Logroño', destacan el valor de la obra al tiempo que advierten de su deterioro. «No hay nada similar en toda España», coinciden. Sin embargo, el hecho de que los Gallego no tuvieran descendencia ha hecho que el panteón, adquirido en propiedad por un plazo de 99 años, haya pasado a manos municipales. La familia lo donó al Ayuntamiento en la década de los 80. Desde el Consistorio aseguran que preparan ya una intervención que, por valor de 35.000 euros, eliminará los elementos peligrosos para los viandantes y reparará los daños hasta donde sea posible.

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