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PÍO GARCÍA
Lunes, 28 de febrero 2011, 01:56
Ahora que se está escribiendo el epitafio del coronel Gadafi, quizá debamos destacar que al líder libio no solo le gusta masacrar a su pueblo y disfrazarse de espantapájaros, sino que, además, le interesa el fútbol. Por eso aún posee el 7% del Juventus de Turín y por eso uno de sus hijos, Saadi, se convirtió en futbolista profesional y hasta probó fortuna en la liga italiana. En cierta manera, consiguió entrar en la historia: del 2003 al 2007, estuvo cuatro temporadas en el Calcio (dos en el Perugia, una en el Udinese y otra más en el Sampdoria) y, en total, solo jugó 25 minutos. No marcó un gol ni dio un pase decente ni se pegó una miserable carrera; pero consiguió ser sancionado por dopaje. Un caso único en la historia del fútbol.
Al Saadi al Gadafi (Trípoli, 1973) había jugado en el Ittihad de la capital libia. Era entonces el presidente de la Federación, el propietario del equipo, el capitán, el mediapunta titular y el que mandaba. «Normalmente juega los 90 minutos; solo se le cambia cuando quiere. Las cosas son así y no sirve darle vueltas», reconocía su entrenador, el italiano Giuseppe Dossena. Dicen que Saadi contrató a Ben Johnson como preparador físico y a Diego Maradona como asesor técnico. Buenos maestros.
Luego le entró el capricho de jugar en Italia. Nadie sabe cómo (aunque se malicia que a cambio de mucho dinero), consiguió intregrar las plantillas profesionales del Perugia, el Udinese y el Sampdoria, clubes de la Serie A (Primera División). Saadi participó en algún amistoso inofensivo e hizo bulto en los entrenamientos, pero casi nunca fue convocado. Su técnico en el Perugia, Serse Cosmi, lo sacó al campo quince minutos, lo justo para fardar de haber ganado a la Juventus (1-0), y el entrenador del Udinese, más cicatero, le concedió los últimos diez minutos del último partido de Liga, contra el Cagliari (2-0), cuando ya no se jugaban nada. Con los genoveses, en su última temporada como profesional, ni siquiera llegó a atarse los borceguíes.
La brillante carrera futbolística de Saadi no abunda en trofeos ni en títulos, pero alcanzó una imprevista cima en el Perugia, cuando fue sometido a un control antidopaje rutinario. En su primera convocatoria, le sacaron restos de nandrolona en la orina. Aún no había debutado, pero fue sancionado y suspendido por tres meses. Saadi Gadafi, contumaz, no tiró la toalla: «Mi padre -aseguró- quería que regresara a Libia. Me decía que yo era mucho más que un futbolista». Por desgracia, el coronel tenía razón.
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