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PABLO GARCÍA-MANCHA
Jueves, 20 de enero 2011, 01:57
Estoy asustado, lo confieso. No sé qué me parece más chusco si las truculentas conquistas sexuales de Silvio Berlusconi o ese Senado español donde los senadores autonómicos vascos, gallegos, valencianos y catalanes se entienden con el resto y entre sí a través de un servicio de traductores simultáneos que acompasan sus honorarios a estos tiempos de crisis de identidad y economía nacional, tal y como explicó la siempre dulce y transparente Leire Pajín en una bonita rueda de prensa dictada en español, catalán y una 'miqueta de valenciá'. No tengo nada claro el íntimo mecanismo del sistema de traducción senatorial; desconozco si cuando una señoría vasca habla en euskera (vascuence que dicen en La Gaceta) y se la traducen a un parlamentario de Lleida (Lérida que decimos por aquí al igual que a Londres no le llamamos London) lo hacen pasando por el cauce del español (el idioma estatal que arguyen los que yo me sé) o traducen el discurso directamente de una lengua autonómica a otra: del gallego al vasco o al catalán o al revés y viceversa. Estaría bien saber la mecánica con precisión más que nada por si se puede mejorar y lograr la única eficacia que a estas alturas se puede pedir a esa cosa llamada Senado que ni se sabe para qué sirve ni el fin que tienen tantos discursos frenados en seco después por el Congreso o por el rodillo, que en esencia son dos formas de decir lo mismo en catalán, en vasco, en gallego y hasta en román paladino. Es más, Berlusconi tiene novia aunque me temo que no sea senadora ni políglota, y en el país transalpino se cruzan apuestas y quinielas -en italiano, imagino- para saber si la dulce, escultural e inexperta joven se llama Graciana, Nicole, Francesca o Roberta. Allí les da igual el idioma o su traducción, saben que un caradura es tal cosa en cualquier germanía o jerigonza. Sin embargo, en España ponemos traductores a destajo para hablar de la misma nada.
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