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ALMAZUELAS DE BARROJULIA CIBRIÁN
Martes, 2 de noviembre 2010, 01:16
Soy una habitual del carril-bici. Una adicta. Adicta y satisfecha, porque cada año, sea cual sea el color político del ayuntamiento, hay más metros disponibles. La delgada línea roja que circunvala y/o atraviesa la ciudad es un sendero liso, terso, bien señalizado, antideslizante, antiadherente, ergonómico, un círculo de terciopelo con múltiples radios, expresión de una ciudad moderna que quiere ser una ciudad para todos, cercana, asequible, sana, respirable. La ciudad de las personas.
El carril bici yo me lo hago a pie. Mi podólogo me lo ha aconsejado dado que el suelo de los carriles es el mejor piso urbano de toda la ciudad para unos metatarsos ya molidos por la vida. Un piso liso, terso, antideslizante, sin arteras baldosas móviles que, como cepos de caza, se enganchan al talón de Aquiles ocasionando traidores tropezones; o recuerdan que llueve o acaba de llover con un salpicón oscuro, viscoso, que pone el sello de la naturaleza, abono puro, en las chanclas recién lucidas. Paseo por ellos y suelo cruzarme con personas de mi quinta, algunas más cumplidas, otras sin aparentes señales del adverso calendario, que cualquier autobús urbano o turismo propio o familiar traslada al costado del Ebro, a las peatonales, al parque de San Adrián, a Fontanillas, a esas rutas amables que acarician las extremidades inferiores y templan la visión. No los han hecho para nosotros, pero el ayuntamiento debiera compensarnos por la rentabilización que hacemos de la inversión efectuada, valiosa grava asfáltica.
Porque con quien no suelo cruzarme es con ciclistas. Los pedaleros urbanos, teóricos luchadores contra la contaminación y malabaristas de las dos ruedas se pirran por las aceras. Esto no es Alemania. Ni Austria. Ni de lejos Copenhague, donde el 50% de la población va a trabajar pedaleando por sus 330 kilómetros de carriles. Aunque si coincides con un dosruedas, él cree que sí, que esto es la Europa Cumbre del Clima, que tú sobras, y para demostrarlo primero te enviste y después te increpa. Te torea, pasándose a rueda la obligada protección de animalitos indefensos.
Es obvio que muchos ciclistas urbanos los usan adecuada y educadamente, pero son minoría. La mayoría recorre Logroño ligando losetas. Días pasados una pareja joven iba de trial con sus dos retoños, practicando maniobras gimnásticas y quiebros al aire que concluyeron con el más pequeño contra las piernas de una maruja. Los presuntos ecologistas ni se disculparon ni apercibieron al mocete, siguieron a piñón fijo. «¿Por qué no van por el carril bici?», les dijo molesta aunque no irritada la buena señora. «Porque no hay». La santa mártir se irritó: ocupaban una calle de El Cubo paralela a la que necesariamente iban, donde lucía uno esplendoroso. «Que está ahí mismo, j.». Ni caso. Ellos venían del cuarto puente, siempre por anchas aceras cara vista al solicitado carril. A esta molesta sección del colectivo ciclista o no les da la cabeza o no les da la gana saber que la norma prohíbe circular así, que para eso les regala alfombrillas mágicas, para que vuelen libres e invulnerables.
Ojos que no ven, conciencia que no siente. Aunque por inconsciencia, despiste, viciada voluntad o pura necesidad sea frecuente transgredir las normas generales de tráfico, también es frecuente que salga caro (para bien de la recaudación municipal). Salvo si se circula con la matrícula en el sillín. De esa parte les sale a algunos el sermón de la conducción sana y responsable. Se la pasan por el manillar.
El carril no es todavía un servicio -todavía no hay suficientes kilómetros-, es sólo un entretenimiento, y la obligada confluencia de intereses ciclista/peatón colisiona en demasiadas ocasiones. Una de las partes se empeña en ser la otra parte, la placa atacante.
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