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PABLO JOSÉ PÉREZ
Miércoles, 6 de octubre 2010, 02:14
Amelia Ibáñez Villar es juez de paz de Camprovín desde que comenzó esta legislatura. También preside la Asociación Cultural y la Asociación de Mujeres, pero ante todo es una enamorada de su pueblo. «No es por algo en particular, es por todo el conjunto que forman las gentes, las casas y el paisaje», señala mientras encamina una empinada cuesta hacia el monte Amarillo, desde el que se puede contemplar una bella imagen de las casas, la ermita de la Virgen del Tajo y hasta la 'mole' de hormigón que hace de torre para sujetar la iglesia, pero que «proyectó un arquitecto muy importante y que, al final, termina gustándote».
Allí, en la cumbre del camino, se divisa buena parte de La Rioja Alta, Rioja Alavesa y el Alto Najerilla y se entrevé en sus vaguadas la presencia de corzos y jabalíes, que obligan a colocar vallas en los viñedos y los cerezos. «Una cosa que no sabe mucha gente, es la cantidad de cerezos que hay en Camprovín. Cuando alguien quiere plantar un árbol, siempre se pone de cerezas, que además son de una calidad excelente», explica.
Al regresar al casco urbano, en una bocacalle, aparece una abubilla, símbolo del pueblo de los 'abubillos', un pájaro inquieto como sus habitantes. Y es que Camprovín depara muchas sorpresas. Cuenta con cinco casas rurales, que no dan abasto los fines de semana «y hasta en fin de año, porque viene mucha gente a pasarlo aquí», destaca. Tienen la única escuela 'alimentada' por niños de otros países que han posibilitado su permanencia. Una emisora de radio municipal y hasta una casa bioclimática, que se está terminando de construir para atraer al pueblo parejas jóvenes con niños. «Pero el lugar más bonito es la ermita de la Virgen del Tajo», encaramado en una cumbre que debió ser parte de una antigua población, por los restos que se custodian en su interior, y «a donde se acude en romería una vez al año».
En Camprovín no se conserva una gran riqueza en edificios, «lo que tenemos es el carácter de la gente, siempre abierta y alegre; estos paisajes, que en cada estación tienen colores diferentes; y, sobre todo, las ganas de mantener vivo el pueblo».
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