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JOSÉ MANUEL BERNAL LLORENTE
Martes, 31 de agosto 2010, 02:23
El cardenal Cañizares, actual responsable de la Congregación Romana para el Culto Divino y los Sacramentos, ha sorprendido a propios y extraños con un escrito en el que apunta hacia la posibilidad de adelantar la edad de la primera comunión, publicado en el diario vaticano L'Osservatore Romano (8 agosto 2010). Lo de menos es la propuesta de anticipar la edad y los motivos que utiliza. Seguro que, por fortuna, la pretensión cardenalicia, si se produce, no va a tener mucho éxito. Lo preocupante, a mi juicio, es la orquestación ideológica y doctrinal que acompaña a todo el escrito. Voy a decirlo sin rodeos y con un profundo sentimiento de preocupada decepción. Lo que el cardenal Cañizares expone en ese artículo no tiene nada que ver con documentos romanos anteriores, inspirados sin duda en el espíritu renovador del Vaticano II: Instrucción «Misterio eucarístico» de 1967 y «Directorio para las misas con niños» de 1973. Lo que pretendo en estas notas es señalar el alejamiento del escrito de Cañizares, por su estilo y su talante, por su lenguaje ñoño rayano en lo cursi, de los documentos anteriores emanados del impulso conciliar.
Primero. El cardenal hace un tratamiento de la comunión eucarística como si ésta constituyera una entidad aparte, autónoma, distinta del conjunto de la misa. Esto me recuerda la vieja práctica de omitir la comunión a los fieles en la misa y distribuirla, en cambio, en otro momento y en otro sitio, al margen de la misma, como si fuera un acto devocional independiente. El símbolo sacramental que está en la base del sacramento eucarístico es el banquete. Después de haber sido pronunciada la acción de gracias sobre el pan y el vino, convertidos estos en el cuerpo y la sangre del Señor, los fieles consuman estos dones en la comunión comiendo el pan y bebiendo del cáliz. Éste es el desarrollo lógico y normal en el que se debe integrar la comunión, no como algo aparte, sino como culminación del banquete.
Segundo. En el escrito cardenalicio se dice que la comunión une al creyente con Cristo. Y es verdad. Se habla de un «encuentro de amistad con Jesús», el cual entra dentro del comulgante y «hace morada en él». Todo esto es cierto. En cambio, nada se dice de la acogida que la comunidad cristiana brinda al niño que hace la primera comunión, que participa plenamente, por vez primera, en el banquete eucarístico. Toda la teología pastoral y litúrgica postconciliar, al hablar de la primera comunión, la interpreta como la culminación de todo el proceso de iniciación. En ese momento, el bautizado se une más profundamente con Cristo y se incorpora de manera plena a la comunidad cristiana que lo acoge. La primera comunión, en la perspectiva del Vaticano II, no es un acto individual que se ventila entre Cristo y el niño que comulga, sino un acontecimiento comunitario y eclesial.
Tercero. Me sorprende la escasa atención que el escrito cardenalicio presta al tema de la formación y educación de los niños que acceden por vez primera a la eucaristía. Los documentos romanos, citados anteriormente, insisten en la necesidad de educar a los niños que se preparan para la primera comunión tanto en los valores humanos como en los religiosos. Valores humanos como la solidaridad comunitaria, la capacidad de saludar, de escuchar, de dar gracias, de pedir perdón. Tanto me sorprende el interés de estos documentos por estrechar la mutua implicación de los valores humanos y cristianos, fundamentales en la educación de los niños, como la total insensibilidad del escrito cardenalicio respecto a esta exigencia.
Cuarto. Los documentos de inspiración conciliar señalan a la familia y a la misma comunidad cristiana o parroquial como responsables de educar e iniciar a esos niños, no precisamente en la comprensión de las altas verdades dogmáticas de la Iglesia, sino en el estilo de la vida cristiana, en la fidelidad a las enseñanzas del evangelio, en la práctica y vivencia profunda de los sacramentos. Un proceso largo, sosegado, paciente, en el que se ven implicados la comunidad y los padres. De esto no dice nada el escrito del cardenal Cañizares.
Quinto. Me sorprende que, ante la gravedad de los problemas que afectan hoy a la práctica y pastoral de la primera comunión en nuestras iglesias, el cardenal se haya fijado precisamente en el tema de la edad, cuando la mayoría de los pastoralistas no ocultan su perplejidad ante las prisas por admitir a la primera comunión. ¿No le preocupa al cardenal el escandaloso carácter puramente social de estas celebraciones y la generalizada ausencia de motivaciones religiosas? ¿No le preocupa la insensibilidad y desinterés de muchos padres ante sus responsabilidades educativas? ¿No le parece gravísimo el escaso nivel de fe de una gran parte de los que asisten a este tipo de celebraciones? Estos serían, a mi juicio, los verdaderos problemas que una pastoral avanzada de la primera comunión tendría que abordar y estudiar de forma valiente y comprometida.
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