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PABLO GARCÍA-MANCHA
Jueves, 8 de julio 2010, 02:34
Ha declarado Camilo Sesto que es hijo de Dios y que está hecho a su imagen y semejanza (y que encima se ve en las fotos ahora igual que hace 20 años). En realidad no se sabe muy bien si lo ha explicado él o esa especie de máscara de cera que tiene en la parte de la cabeza y que lo imita con los ademanes veinteañeros y naifs con los que moría de amor en la primera cadena casi todos los sábados por la noche, con aquellos pantalonazos de campana, sus trajes blancos con solapas de circo y esa especie de toallas anaranjadas que se ponía de corbata. Camilo Sesto (con ese), el hijo de Dios, todo él acartonado pero con sus labios ligeramente acuosos -como para pegar un sello- y con tanta laca en el pelo que sobre su cabellera es indudable que le tiene que perseguir, como a la duquesa de Alba, una especie de agujero de ozono perpetuo y una nube de fotógrafos adosados al ridículo de uno y a las muecas cariñosas de la otra cuando baila con su novio, o va a los toros a Sevilla para ver a Fran, el hijo que no fue porque su hija lo dejó por otro. Camilo lo hubiera cantado como nadie: la pena de la duquesa despechada por el torerillo pijo e inquieto en amores... Pero volvamos al cantante melódico y a esa odisea que tiene con Dios, su padre, su espejo, su fotocopia. Inquieta, y mucho, que Camilo Sesto (con ese) se crea un retrato divino y que se siga viendo igual ahora que en los setenta. A mí estas historias de divos no me dejan dormir tranquilo, sobre todo con tanto fútbol a flor de piel, con tantas banderas patrias en los balcones que parece mi Logroño engalanado como para un desfile de la Acorazada Brunete o de la mismísima policía montada del Canadá, con su chupa roja como la de Puyol o Piqué. Camilo amenaza con un disco de despedida doble y en directo. ¿Qué habrá hecho Dios en el cielo de España para merecer esto?
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