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CRISTINA VALDERRAMA haro@larioja.com
Miércoles, 30 de junio 2010, 11:52
El primer chorro de vino que te cae encima siempre está frío y te puede hacer más o menos gracia, pero cuando el tiempo acompaña, la batalla es aún más atractiva y hasta el cuerpo te pide recibir una auténtica ducha de vino. Ayer fue una de esas mañanas en las que da gusto subir a los riscos de Bilibio y a las campas y en las que se puede disfrutar de una de las tradiciones más bonitas de Haro.
Como siempre, muchos decidieron dormir unas horas antes de subir y otros muchos optaron por aguantar de fiesta para seguir bailando y cantando bajo la ducha de vino. Con las primeras luces del alba, comenzó la peregrinación hasta San Felices, bien en vehículos, bien andando.
Aunque oficialmente la Batalla del Vino no comienza hasta que finaliza la misa en la ermita, en las campas las luchas individuales y colectivas arrancan desde el momento en que hay más de dos personas arriba. Y eso sucede enseguida.
Para las nueve y media de la mañana, la hierba de las campas de San Felices se había convertido en un auténtico barrizal. La intensa lluvia de las noches anteriores ya había condicionado un césped, que prácticamente desapareció según avanzaba la mañana.
Un año más, el barro propició bajadas por las laderas como si de toboganes se tratase. Casi mentira parece que los efectivos de la Cruz Roja no tuvieran mucho más trabajo después de ver cómo los árboles frenaban las carreras imparables por el barro. Porque sin incidencias destacables transcurrió la mañana.
Estos descensos por las campas son la anécdota de una fiesta con mayúsculas donde la alegría y el buen humor invaden a cada uno de los jarreros. Y también a los visitantes, aunque ayer el número era menor. Los cuerpos de seguridad calculan que alrededor de 5.000 personas participaron en la pacífica contienda. Y si hacemos caso a las estadísticas, entre 30.000 y 50.000 litros de vino se utilizaron como munición.
Pero si en las campas la fiesta comenzaba pronto, en los riscos de Bilibio, la batalla arrancaba un poco más tarde. Muchos romeros, encabezados por la cofradía de San Felices y su prior, Luis Zabala, participaron en la misa en la ermita donde el párroco se acordó del partido de España y pidió para que el resultado se sumase también al ambiente de fiesta.
Con el 'amén', los asistentes descendieron las escaleras de una ermita donde empezó a correr el vino. Con botas, sulfatadoras, cántaras, pistolas y pellejos comenzaron a rociarse unos y otros. Bien apuntando al cielo, o directamente al rival, el vino fue mojando a unos y otros sin excepción. El blanco impoluto de la ropa fue cambiando de color hasta coger ese aire morado Rioja.
Los romeros de los riscos también se unieron a la batalla de las campas, donde la música envolvía el ambiente. Canciones populares y ánimos a 'La Roja' fueron coreados por las voces jarreras.
Y entre cántico y cántico, chapuzón de vino hasta bien entrada la mañana. La buena temperatura y, sobre todo, los rayos de sol animaban a los participantes para continuar un poco más la batalla.
Y con el sol, también entra mejor el bocadillo para reponer fuerzas. Lomo con pimientos y sobre todo caracoles forman parte de la dieta matutina en San Felices y también en Haro. Poco a poco, los romeros fueron bajando hasta el puente sobre el Tirón para continuar con el ambiente de fiesta.
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