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PABLO GARCIA MANCHA
Lunes, 19 de abril 2010, 02:27
Sólo seis hombres en la historia han tenido (o tienen) el privilegio de ser presidentes del Gobierno de La Rioja. Tan sólo seis desde que Luis Javier Rodríguez Moroy inaugurara una nómina en la que Joaquín Espert Pérez-Caballero apareció en 1987 encabezando la lista autonómica del Partido Popular y desapareció a principios de 1990 tras una moción de censura propiciada por el PSOE y el PR. «Sin duda fueron los momentos más duros de mi vida política. Mi gobierno estaba en minoría y tras la ruptura del CDS se precipitaron los acontecimientos de forma bastante irracional para sacarnos del poder. Fue complicado y todavía guardo un cierto regusto amargo», recuerda Joaquín Espert en el despacho de la presidencia del Consejo Consultivo de La Rioja, cargo que ocupa actualmente y que explica su vocación de servicio público: «En este órgano estamos para defender al ciudadano ante la administración, al individuo frente al Estado y funcionamos de una forma totalmente independiente», subraya.
Joaquín Espert estuvo a punto de entrar en política en los albores de la democracia con la UCD: «No di el paso», recuerda. Después, reconoce que el mensaje del PSOE en 1982 generó «tantas ilusiones como decepciones» y en ese momento «fue cuando tomé la decisión y fui de candidato autonómico». «En 1983 -indica- salió José María de Miguel, que me parece una persona estupenda, y fue cuando comencé a vivir la vida autonómica en toda su dimensión y muy intensamente. En 1986 llegamos al poder pero de forma precaria; es decir, con el apoyo del CDS y la abstención del PRP». Joaquín Espert relata varias cosas de aquellos años: «Soy una persona tímida y tranquila y para mí eran bastantes duras las entrevistas con los periodistas o las comparecencias en el Parlamento. Me tuve que acostumbrar porque era parte crucial del trabajo, pero no era fácil. Además, estaba todo por hacer, la Autonomía llevaba muy pocos años de andadura y cada paso era algo nuevo para nosotros».
Al dejar el Palacete, Espert prosiguió como diputado autonómico y refundó su despacho profesional de abogado: «Había que rehacer la vida porque en el Parlamento sólo había dietas y con eso no se podía vivir». En 1993 se convirtió en senador y estuvo en el edificio de la Plaza de la Marina hasta el año 2000. «Reconozco que ha sido una etapa excelente porque he podido desarrollar mi vocación autonómica en profundidad, aunque estoy un poco decepcionado porque da la sensación de que nunca vamos a cerrar este capítulo de la historia de España. Creo que una de las asignaturas de la Democracia es que el Senado sea la cámara autonómica de verdad, pero parece demasiado complicado».
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