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J.ALBO
Domingo, 17 de diciembre 2006, 02:08
Rescatados de una fosa común, sus huesos han recorrido un largo camino en el tiempo; una senda de olvido para muchos, que no lo ha sido para sus familiares, aunque, durante demasiado tiempo, debieran disimular su dolor y su recuerdo. «Los enterraremos con la idea de sepultar, también, y para siempre, odios, rencores e injusticias. Y con la esperanza de que jamás se repita», señalaban los organizadores del acto de ayer, que comenzó en el Ayuntamiento y se trasladó después a la iglesia parroquial de Sajazarra, donde se celebró una misa funeral.
Sus familiares trasladaron las cajas con los restos mortales por calles en las que pasado y presente parecen solaparse en las placas con los escudos de la localidad y del régimen franquista, y pasaron después bajo el umbral de la iglesia donde, grabado en la piedra, se lee el nombre de José Antonio Primo de Rivera. Tras la homilía, en la que se dijo que «murieron por ser personas de buena voluntad y amantes de la paz», sus restos fueron llevados al cementerio -uno fue enterrado en Vizcaya- donde la emoción que ya presidía el día se agudizó en muchos rostros. La punzada del recuerdo se tradujo en llantos y lágrimas, en un último adiós en el que paladas de tierra rompían el silencio. «Han vuelto a su pueblo», afirmó un hombre.
Esperanza Herrán Castrillo es descendiente de Félix Herrán, de Francisco Herrán y de Domingo Castrillo. Los tres fueron fusilados aquel aciago día de 1936. «Me da -dijo- mucha pena pero también una inmensa alegría el poder haber hecho esto por mis abuelos y mis padres». Su mirada se humedece. «Mis padres -añadió- tienen hoy un brillo en los ojos que no se lo había visto nunca, porque por fin van a poder enterrar a sus padres...».
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