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COLPISA
Viernes, 24 de noviembre 2006, 01:47
En el cine hay un espacio para las experiencias inusuales. Hasta ahora se ha utilizado el documental como un soporte para transmitir información y no para vivir experiencias como ésta. «El gran silencio es inusual, pero no arriesgada», señala su autor. Y los hechos dan la razón a Groning, porque el que es el mejor documental del año para la Academia de Cine Europea se llevó el premio especial del jurado en Sundance y ha triunfado en Alemania, Italia y Holanda, «un país protestante», apunta.
Este acercamiento a la vida de los cartujos transcurre en silencio, sólo roto por sus cantos gregorianos, y en sus 164 minutos de duración relata en imágenes su día a día: la oración, la meditación, sus paseos... «La película gira sobre el valor del silencio. Ellos tienen su propio sentido del tiempo, su percepción de las cosas es muy intensa», desvela el director.
Persona religiosa educada en el seno de una familia católica, Groning quería descubrir el mundo de los cartujos y transmitirlo al espectador, tarea nada fácil y para la que se tuvo que armar de paciencia porque le costó dieciséis años tener el permiso de la orden para rodar en su santuario.
Corría el año 1984 cuando solicitó la autorización, pero le dijeron que era demasiado pronto, y dieciséis años después recibió una llamada con el mensaje de que había llegado la hora. Así, a pesar de los intentos de varios directores franceses, él fue el elegido. «Nunca pregunté por qué yo, supongo que ya había un confianza. Había transcurrido tanto tiempo que había otra generación de monjes. Decidieron que era una buena idea dejarme entrar con la cámara. Además, soy un poco cabezota, nunca pensé en tirar la toalla porque creo que si hoy un proyecto es bueno, dentro de cinco años también lo será», declara.
Libres y luminosos
Groning se sintió como «el astronauta que pisó la Luna» en el Grande Chartreuse, y eso que los monjes le dejaron filmar en todas las estancias con las condición de que sólo entraba él. También le prohibieron utilizar luz artificial y tener apoyo musical. «Rodaba como a hurtadillas porque quería pasar lo más discreto posible. Al principio estaba muy torpe, pero cuando empecé a filmar planos de los monjes me sentí más libre», confiesa.
El director, que nunca hubiera rodado en un monasterio tibetano, «eso sería turismo religioso», pensaba que los cartujos tenían una existencia oscura, «pero el tiempo que pasé con ellos me di cuenta que su vida era muy luminosa, son muy libres y en la película se ve que son como niños», explica.
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