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FERNANDO SÁEZ ALDANA
Jueves, 16 de noviembre 2006, 02:28
Estoy seguro de que la candidatura del arquitecto japonés Toyo Ito es la idónea para construir las famosas seiscientas viviendas proyectadas en Prado Viejo. Los japoneses son como las hormigas, pequeñitos, arrejuntados y muchos, de modo que para ellos los cuarenta mechos cuadrados donde vivirán nuestros hijos son una mansión. En Tokio hay hoteles cuyas «habitaciones» son nichos de camposanto, dotados, eso sí, de dvd, pda, lcd, PS3, mp4 y bacinilla digital multiusos. Así que para el señor Ito meter a una familia riojana en una conejera no será un reto sino pan comido: los logroñeses con pedigrí se reproducen menos que las ballenas monja, de manera que para una parejita adicta al plasma será suficiente; lo malo serán los inmigrantes surhemisféricos, que conservan intacta la capacidad reproductora porque en la calle caben todos. Además, los trasteros lofteados de Prado Viejo sólo costarán tropecientos mil euros y ante semejante chollo quién no se entrampa por medio siglito de nada. Por supuesto que este microcosmos de euribor creciente presenta inconvenientes: cuando alguien se explique los demás tendrán que salir al descansillo hasta que se disipe la tufarada, y la fritanga de la cena saltará hasta el Marca del sillón relax, por ejemplos. Pero las miniviviendas ofrecen a cambio grandes ventajas: no permiten almacenar mierdas innecesarias ni acoger rotaciones de viejos por meses y son fáciles de decorar, cómodas de limpiar y rápidas de climatizar. Además, por el roce entra el cariño (que entrará más cuanto más intenso y prolongado sea el roce), así que no habrá familias más cariñosas que las de estos pisitos donde la convivencia será tan estrecha que resultará imposible desplazarse por el habitáculo sin rozarse e incluso tropezarse con alguien. Aunque, por la misma razón, si las cosas no fuesen bien en la pareja o entre padres e hijos el toyoíto puede ser un infierno porque llegado el acceso de violencia doméstica será inútil intentar colocarse fuera del radio de acción de una mano airada. En fin, que los cuarentametristas verán puestos a prueba todos los días sus dos grandes compromisos adquiridos hasta que la muerte los separe: el amor y la hipoteca. Bueno, y las venas de las piernas, pues de tanto encogerlas para caber en el salón de 12 metros cuadrados podrían contraer la trombosis de la clase turista, salvo que el honorable Ito incluyera en la domótica de su hormiguero dispensadores de heparina. Ya estoy viendo el cartel de la promoción: «Ponga un toyoíto en su vida». Pero no pretenda lo contrario porque no cabe.
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