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RUBÉN LAPUENTE
Martes, 6 de febrero 2018, 23:50
La peonza. Lo más banal. Casi nada. La encontré al vaciar la casa cerrada por la muerte de mis padres. Es la mía. Tiznada. La toco y me quema la savia de sus días azules. Tiene vida. Ocho años más joven que yo.
Aún con limaduras de apretado color de lapicero de mi mano infantil. Son mis huellas. Bajo el agua la limpio de sombras, primero. Le abro las ventanas. La seco. Es la mía.
Llena de tumbos de niño. De vitola de tirones de zumbel. En la piel de loza de mi palma, estirada, bailaba hasta emborracharse. Es la mía.
Tiene mis huellas. Y me la llevo a un estante de la casa. Y todo lo de a su lado, se empequeñece. Tiene entraña. Y recupero, algo que me mira. Y, a alguien, que comparte conmigo, la misma herida del tiempo.
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