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cristian reino
Sábado, 9 de enero 2016, 07:26
La CUP hizo bandera durante la campaña electoral de su rechazo a una investidura de Artur Mas. Tan insistente fue que ha acabado siendo rehén de sus propias palabras, después de meses de deshojar la margarita, se ha visto obligada a cumplir su amenaza. La ... fuerza con la que la formación anticapitalista cargó en vísperas del 27 de septiembre contra el líder de Convergència, sin embargo, no respondía solo a una cuestión táctica. En el mundo de la izquierda, tanto en la independentista como en la que no lo es, hay mucha tirria hacia el presidente de la Generalitat en funciones y hacia todo lo que, a su jucio, representa como miembro de un determinado grupo social, heredero de una forma de gobernar, exponente de recortes, corrupción, capitalismo de amiguetes y del apoyo a las oligarquías.
Salvo David Fernández, con quien Artur Mas se fundió en un efusivo abrazo tras la votación de la consulta del 9-N, que alguno quiso ver como el de la unidad definitiva del independentismo, una parte importante de los dirigentes de la CUP, sobre todo los que están más alianeados con el anticapitalismo, nunca han podido ver a los señoritos barceloneses de Convergència, que ahora dicen que son independentistas, pero que anteayer pactaban con el PP o con quien hiciera falta para mantener los intereses de una determinada clase, instalada en el poder desde el pujolismo.
Para entender mejor de dónde viene la inquina casi atávica de al menos el 50% de los cuperos hacia Mas y la vieja guardia de CDC (hacia la nueva es distinto, porque a Neus Munté, que procede de la UGT, sí la investirían), vale la pena poner el foco en algunas de las organizaciones que integran la formación secesionista, por ejemplo, Lluita Internacionalista o Corrent Roig, corrientes que beben de la izquierda trotskista; sectores que proceden del sindicalismo más radical como el Colectivo Drasannes o la Coordinadora Obrera Sindical, con miembros que son herederos de la combativa CNT, y facciones más antisistema y próximas a movimientos okupas y de ateneos populares de barrio.
Manifestaciones
La CUP es próxima asimismo a los colectivos que protagonizaron el asedio al Parlamento catalán en 2011, ocho de cuyos participantes fueron condenados a tres años de prisión por el Supremo. Los anticapitalistas nunca han perdonado al Gobierno de la Generalitat que se persona como acusación particular y, además de ser muy críticos con la actuación de Mossos, a los que acusan directamente de emplear la violencia, culpan al exconsejero de Interior, Felip Puig, de que en una de las manifestaciones que se produjeron en 2012 en Barcelona, durante la huelga general, la activista Esther Quintana perdiera un ojo por el impacto de una pelota de goma.
El elemento central, en cualquier caso, es la corrupción y sus derivadas como modelo de una sociedad, la catalana, que no es ningún oasis. Arran, la organización que hace de cantera de la CUP, difundió hace un mes, en plenas negociaciones con Junts pel Sí, una imagen por las redes sociales, que decía: "Hasta nunca Mas". Las juventudes del partido mantienen que el convergente es un freno para el independentismo porque su figura es "sinónimo de impunidad ante la corrupción, los recortes y la precariedad de las clases trabajadoras". Durante la comisión de investigación sobre el caso Jordi Pujol en el Parlamento catalán ya se pudo visualizar que la herencia de su antecesor es una carga muy pesada para Mas e imposible de digerir para la CUP.
Los anticapitalistas no pueden apoyar a un dirigente que ha proclamado que se siente hijo político del ex 'molt honorable', que preside un partido cuya sede fue embargada por el caso Palau, y que tiene imputados a su expresidente y a su exsecretario general, Oriol Pujol. La respuesta que la diputada de la CUP le dio al expresidente catalán resume las distancias entre el mundo convergente y el anticapitalista: "Usted no está en disposición de dar lecciones a nadie". La CUP defiende además la construcción de una república socialista catalana, sin corrupción, que esté fuera de la UE y del euro y en la que se nacionalicen los servicios básicos, un modelo que no tiene nada que ver con el de los ajustes y las privatizaciones convergentes.
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