La estrategia de la confusión
diego carcedo
Martes, 5 de enero 2016, 16:37
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diego carcedo
Martes, 5 de enero 2016, 16:37
Ningún estratega político encargado de frustrar la escalada secesionista catalana podría estarlo haciendo mejor. El proceso que estaba en marcha bajo la batuta del incongruente Artur Mas ha saltado por los aires en mil pedazos. Lo que unos meses atrás parecía una amenaza preocupante para ... la integridad territorial de España ha terminado convertido en un ridículo que seguramente será puesto como ejemplo en el futuro de aventurerismo institucional. Mas se escaquea y culpa a la CUP de que no le apoya al mismo tiempo que censura su espíritu revolucionarios con el cual "no llegaríamos ni a la esquina".
Contemplado ya con una cierta perspectiva, todo lo intentado y ocurrido raya en lo exotérico. Una coalición (CiU) de derechas de toda la vida, defensora de los intereses de la burguesía catalana, y dispuesta siempre a contribuir a redondear mayorías en el Parlamento Español, rompe con su tradición política y actitud dialogante y se lanza al reto de enfrentarse a la Constitución que habían aprobado, con los pormenores de la legalidad vigente y con los deseos de la mayor parte de los ciudadanos para crear una república propia, aislada de su contexto internacional y lanzada al albur de una suerte que ni siquiera sus promotores comparten como objetivo.
Todo el proceso era una barbaridad, generada por fanáticos, resentidos y ambiciosos que no dudaron en alterar la buena convivencia existente, en cortar lazos con el resto de los españoles -que empezaron a verlo todo con desconfianza y recelo- y con romper también con la estabilidad democrática y económica que. a pesar de la crisis, se vivía en Cataluña. Era imposible que un pacto entre una CiU ya rota y reducida a CDC y ERC, dos partidos antagónicos, acabase bien y menos teniendo que contar con lo más opuesto que en el nuevo arco parlamentario podía darse: los diputados integrados en la CUP, guiados por los ideales políticos más extremos que fuera de Corea del Norte sobreviven.
Tantas incongruencias acabaron, era lógico, en derrotas que Mas terminó por convertir en un esperpéntico argumentario que ni el inolvidable Valle Inclán sería capaz de reflejar con su talentosa prosa. Bien es verdad que el desastre en que se ve sumida la política en Cataluña no ha terminado. Mas aún confía en que de aquí al domingo el despropósito se recomponga. Pero los sueños sueños son y lo más probable es que las elecciones tengan que repetirse el seis de marzo. "Tenemos un reto muy grande y es cómo encararlas", asegura el presidente en funciones. Nada será igual que hace tres meses.
Pero él no cede, "por dignidad", dice ahora harto de ceder, y lo afrontará. La confusión, a duras penas paliada por la estabilidad que proporciona el sistema que se quiere cambiar, sigue latente entre los palos de ciego con que sus protagonistas intentan salir del atolladero a la desesperada. Salvo en el señuelo frustrado de la independencia que siguen compartiendo, nadie parece saber dónde está. Sólo Artur Mas se mantiene firme en su tozudez utópica. "La Presidencia no es una subasta de pescado", asegura, aunque lo parece, cabría añadir. ¡Qué mal futuro le aguarda su recuerdo histórico!
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