Artur Mas, humillado y sin presidencia
diego carcedo
Domingo, 3 de enero 2016, 16:20
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diego carcedo
Domingo, 3 de enero 2016, 16:20
Artur Mas agotó todos los resortes, aceptó todas las humillaciones que cabe imaginar en política, se tragó todos desplantes y demostró una sumisión vergonzante con tal de conseguir mantenerse en la Presidencia de la Generalitat. Pero ni con fórceps logró que el parto para mantenerse ... en el poder, aunque fuese de forma poco menos que simbólica, acabase bien: los antisistema de la CUP le hicieron sufrir hasta el último minuto y al final dijeron que no; que de investidura, nada. Nuevas elecciones y, si quiere, que empiece de nuevo a sudar la camiseta para repetir calvario en la primavera.
Visto ya con una mínima perspectiva de meses de negociaciones esperpénticas, su pretensión de que unos activistas de extrema izquierda, luchadores asamblearios resistentes a toda práctica democrática representativa y revolucionarios contra el capitalismo acabasen proporcionándole el respaldo a la investidura, era utópica y fracasó. Era lo lógico, pero la lógica a menudo se equivoca y las esperanzas puestas por el president -que, eso sí, se mantendrá en funciones en el palacio de la Generalitat algún tiempo-, se empeñó hasta lo incalificable en lograrlo.
Harta de decirle que no, que su organización no contribuiría a mantenerle en el cargo que tantas y tan ácidas críticas les había inspirado, la CUP (Coalición de Unidad Popular), mareó la perdiz, se dejó querer escuchando ofertas kafkianas, se reunió en asambleas sin cuento para que las bases pudiesen expresar su opinión resistiendo contra viento y marea presiones múltiples, campañas de intoxicación y el señuelo de que sin él al frente la secesión quedaría paralizada, se mantuvieron firmes en el desenlace lo tenían cantado. Las votaciones fueron ajustadas, después del insólito empate de la semana pasada, pero no hubo sorpresa.
Los diputados antisistema votarán en contra y -salvo que alguno se equivoque al pulsar el botón, contingencia nunca descartable cuando hay tantos intereses en juego-, Artur Mas tendrá que resignarse a cargar para largo con el ridículo, disolver el Parlamento recién constituido y convocar nuevas elecciones con la confusión que eso va a crear. Los catalanes, que llevan tiempo alterados por las ambiciones independentistas de una parte de la sociedad, ya no deben de acordarse de cuantas veces han sido llamados a las urnas últimamente ni cuantas veces castigaron a Mas recortándole los apoyos.
Y eso sin descartar que pronto tengan que votar también en una repetición de las elecciones generales españolas. En ese caso tendrían que sufrir por partida doble los problemas que generan la inestabilidad política y la inoperatividad administrativa. Artur Mas les ha conducido a una situación desastrosa: la utopía de la independencia está erosionando el bienestar de las familias y la convivencia que siempre habían ejemplarizado. El apego al sillón, su camaleónica predisposición a tragarse carros y carretas y su incapacidad para reconocer sucesivas derrotas electorales, que incluso supusieron un golpe mortal para su partido (CDC), no debe de tener muchos precedentes entre las democracias europeas.
El ejemplo que nos deja estos días la política catalana no es muy esperanzador para quienes confían en que unos políticos incapaces de gestionar una Comunidad Autónoma creen una República, la doten de legislación propia y formen un Gobierno estable.
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