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Cristian Reino
Domingo, 27 de septiembre 2015, 07:18
Nada de lo que pasa hoy en Cataluña sería igual si Jordi Pujol no hubiera confesado el 25 de julio del año pasado que tuvo una cuenta oculta al fisco en Andorra durante mas de tres décadas. Aquello revolucionó la escena política catalana. Un año ... después, aquellos polvos apenas han traido lodos y la campaña ha ignorado la corrupción a pesar de que en plena carrera electoral fue registrada la sede de Convergència, su fundación CatDem y cuatro ayuntamientos. Las pruebas sobre el cobro de comisiones por el partido que lidera Artur Mas a cambio de adjudicaciones de obra pública eran las más contundentes que se habían conocido. Pero el debate soberanista, que sepulta todo, también barrió a la corrupción. Parece un asunto amortizado.
El que para muchos nacionalistas era (y es) el padre de la patria, el autor intelectual de la Cataluña contemporánea, presidente de la Generalitat entre 1980 y 2003, se cargó hace más de un año de un plumazo el mito e hizo saltar por los aires su partido, Convergència, que ya estaba en una profunda crisis por el desgaste de la política de recortes y el goteo continuo de casos de corrupción. La formación que lidera la candidatura de Junts pel Sí tiene el poco honroso título de ser la única formación en España que tiene imputados a su expresidente y a su exsecretario general. Con el agravante de que esas dos personas son padre e hijo, Jordi Pujol y Oriol Pujol Ferrusola.
Con todo, el caso más grave que afecta la credibilidad de Mas y su partido es el caso Palau, por el que está procesado el extesorero, Daniel Osácar, al que se acusa de haber cobrado comisiones ilegales (de más del 3%) de constructoras a través de la entidad cultural. La formación nacionalista tiene 15 sedes embargadas por si la sentencia determina que Convergència se benefició del expolio perpetrado por Fèlix Millet y Jordi Montull.
Lista de blanqueo
Mas ha puesto la mano en el fuego por Osácar, pero no ha dicho que dimitirá si es condenado, ni ha podido evitar, en una de las escasas alusiones al tema durante la campaña, que desde la oposición le acusen de ampararse en la candidatura de Junts pel Sí para blanquear la corrupción y para ocultar los casos que afectan a su partido. Se lo dicen sobre todo al cabeza de lista, Raül Romeva, porque da la cara en los debates. No así Mas, que se presenta como candidato a la Generalitat desde la cuarta posición, lo que le ha permitido escaquearse de los duelos televisivos, delegar el peso de la campaña a Romeva y evitar que la corrupción centrara los quince días previos a la cita con las urnas.
La incidencia que los casos de corrupción puedan tener en las elecciones son una incógnita. De hecho, hasta la última semana, el asunto ha pasado casi inadvertido, aunque la oposición trate de introducirlo como elemento movilizador en el sprint final. Y es que, según el último sondeo del CIS, el paro es el principal problema de Cataluña para la mitad de los encuestados y, en segundo lugar, pero a mucha distancia, aparecen la independencia, la corrupción y el fraude.
"Es común a todos los partidos y directamente proporcional a su grado de participación institucional, lo saben todos. Hay una regla en derecho que dice que cuando dos son culpables, la culpa se neutraliza", señala Juan José López Burniol, notario y miembro del Círculo de Economía.
El historiador Santos Julià cree que, ante el 27-S, la corrupción puede "mover alguna conciencia", pero es un asunto más bien "amortizado". Eso sí, cree que pone en un posición muy "fea" a los seguidores de Esquerra, que siempre han cargado contra Convergència por tener las manos sucias. "Ahora -dice- se ven obligados a votar a los corruptos o irse a la CUP. Pero como Junts pel Sí y la CUP sumarán esfuerzos, el efecto final no se notará".
A su juicio, además, en estas elecciones hay una "emoción tan fuerte en juego", que "supera a la razón política", que es la que llevaría a muchos independentistas a no votar a Mas en condiciones normales. "Las emociones no se guían por la razón -insiste el prestigioso historiador- y el sentimiento de tener un estado propio es quizá la última gran emoción política que tendrá mucha gente".
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