#Cataluña tras las 'plebiscitarias'
antonio papell
Domingo, 27 de septiembre 2015, 22:53
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antonio papell
Domingo, 27 de septiembre 2015, 22:53
Con una participación muy relevante, las elecciones 'plebiscitarias' catalanas han arrojado el resultado previsto por las encuestas previas: los independentistas consiguen controlar el Parlamento de Cataluña pero Artur Mas, al frente de una lista unitaria que no ha acanzado la mayoría absoluta -Junts pel Si ( ... JpS) se ha quedado en 62 escaños, cuando la mayoría absoluta es de 68-, ha perdido la batalla personal y con toda probabilidad no conseguirá formar gobierno, por lo que tendrá que retirarse de la primera línea.
El nacionalismo en general no sale reforzado del envite ya que CiU y ERC consiguieron en 2012, sin necesidad de invocar a las asociaciones civiles ni a sectores de la izquierda, 71 escaños, con lo que es claro que el ímpetu de Artur Mas ha seguido decayendo. De estos datos es muy difícil interpretar que la ciudadanía ha dado una respuesta favorable al carácter plebiscitario que Mas y Junqueras querían darle a las elecciones. En el otro lado, es reseñable el magnífico papel que ha desempeñado Ciudadanos, que ha sabido canalizar gran parte del voto no independentista.
Por lo demás, es muy relevante el hecho de que, como anunciaban las encuestas, la circunscripciónn de Barcelona se ha desmarcado claramente del soberanismo: JpS y la CUP han conseguido 38 escaños, cinco menos que la mayoría absoluta, con un porcentaje de votos del 43%. ¿Habrá que prescidir de Barcelona en el proyecto de nueva Cataluña si los barceloneses exigen el 'derecho a decidir'?
En términos jurídicos -que no son los relevantes pero que prevalecen sobre los políticos-, estas elecciones apenas sirven para que tome carta de naturaleza la envergadura de la reclamación soberanista. El conflicto es importante y tiene precisamente la dimensión que han dibujado los electores. Es claro que una secesión, en el ámbito de nuestras democracias occidentales, sólo es imaginable en el marco de un acuerdo con suficiente consistencia legal. Pero también lo es que, en el momento actual, no es posible regresar a la plena normalidad constitucional sin aceptar que la 'rebelión' catalana, que es expresión de un malestar objetivo, requiere una pacificación paccionada, que incluya una reforma del marco institucional. Entre otras razones porque, como decía ayer José Borrell -quizá la mente más lúcida que ha entrado a opinar en el período preelectoral-, "una sociedad no puede desarrollarse normalmente en el seno de un Estado si una parte muy importante de la población cree que estaría mejor sin él".
Dicho en otros términos, los partidos políticos estatales, que dirimirán sus fuerzas en las próximas elecciones generales y que formarán gobierno a principios de 2016 ya sin mayorías absolutas, han de aprestarse ahora a efectuar sus propuestas preliminares de negociación al arco político catalán, con clara disposición de abordar el debate catalán como la principal urgencia de la próxima legislatura. Porque esta convulsión, que ha eclosionado en estas elecciones, no se extinguirá espontáneamente sino que necesita una intensa terapia para desactivarse, hace exigible una reacción constructiva de PP y PSOE, que tendrán que abordar, gobierne quien gobierne, la modernización del Estado que incluya la revisión del modelo de organización territorial capaz de resultar aceptable por una Cataluña que se siente manifiestamente agraviada. El agravio proviene de un cúmulo de sinrazones y errores que han ido labrando el desentendimiento, y en todo caso ahora ya no tiene sentido polemizar sobre qué parte del resentimiento está justificado. La demagogia derrochada por diversos flancos y la corrupción que ha aderezado la polémica son elementos del paisaje, y no vale la pena otorgarles ni un adarme más del protagonismo que merecen.
Llegada la tensión a su cenit, convendría en todo caso que los diversos actores sean conscientes del recorrido de sus propias opciones. El realismo debería aconsejar a ambas partes una cierta contención porque ya no hay más aliviaderos en el camino que conduce al desenlace, al que habría que llegar sin producir, ni a la economía ni a la política, daños irreparables.
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