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MARÍA SOBRINO
Lunes, 21 de septiembre 2015, 10:02
De no ser por la terca hospitalidad riojana, por la que siempre hay sitio para uno más, se hubiera dicho ayer que en Logroño no cabía un alma. Desde la mañana, las calles aledañas al centro fueron testigo de un continuo ir y venir, primero ... como un tímido goteo y finalmente un auéntico torrente de logroñeses que, pañuelo al cuello, inundaron la ciudad.
La jornada merecía rigurosa etiqueta, aunque en este caso lo indispensable fuese más el pañuelo que la pajarita. No faltó cuadrilla de amigos con camisetas a juego para no perderse entre el gentío y la bota -de vino, eso sí- se erigió en complemento indispensable para acompañar a los pinchos que ofrecían las casetas instaladas en El Espolón. Al otro lado de la plaza, la Feria Nacional de Cerámica y Alfarería abrió de nuevo sus puertas y expuso sus mejores obras.
Un poco más tranquila se presentaba la plaza durante el recital de jotas de la tarde, en el escenario de La Concha. Niños y mayores ocuparon las sillas y alrededores para escuchar el repertorio de los alumnos de la Escuela de Jotas de La Rioja. «Del corazón me brota cantar a la tierra mía», entonó una jovencísima jotera, contagiada quizá por el espíritu de unos sanmateos que, a la misma hora, en la plaza Rosalía de Castro, provocaban el jolgorio de los más pequeños con las marionetas de Maese Villarejo.
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