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Los muros del monasterio de Valvanera guardan secretos de estado e intrigas clericales que quizás nunca se conozcan. Diez siglos de historia dan para mucho. En todo caso, las paredes de los Montes Distercios que lo envuelven sobre el curso del Najerilla mantienen intacta hoy en día la condición de enclave espiritual de este monasterio en el que importantes empresarios, incluso del Ibex 35 -creyentes o no- han tomado decisiones trascendentes en las habitaciones de su hospedería.
La falta de vocaciones, una última etapa más bien gris y el cada vez menor compromiso de los riojanos llevaron al santuario de la patrona de La Rioja a una situación compleja. No es exclusiva: el monasterio de Santa María la Real en Nájera ya cerró en su momento por falta de monjes. Hoy en día son tres jóvenes treintañeros de Argentina, Chile e Italia quienes dan continuidad a una vida ascética milenaria y mantienen abierta las capillas, la hostería, el comedor y el albergue de peregrinos: «Es una pena porque las instalaciones están prácticamente sin usar», explica Agustín Prado, prior en funciones del monasterio.
Junto con Andrea Bersanetti y Cristóbal Armijo, son los tres monjes del Instituto del Verbo Encarnado -con sede en Barbastro- que custodian el monasterio: «Es nuestra misión y estamos encantados». De momento, Valvanera ha vuelto a atraer feligreses en las misas, cantadas, que los monjes ofrecen los fines de semana; la hostería está llena de reservas para Semana Santa, y el restaurante despachó más de cien comidas el pasado fin de semana aprovechando el final de la promoción del caparrón de Anguiano: «Nosotros -afirma- no hacemos nada más que atender a los peregrinos, abrir las puertas del monasterio y conversar amablemente con todos los que se acercan», explica Agustín Prado.
Los tres monjes visten con los hábitos, pero de sus caras destaca a primera vista una radiante sonrisa de juventud, que desde luego sorprende a quien, como el cronista, desconoce la vida ascética. Bajo sus hábitos, guardan smartphones que utilizan habitual y naturalmente: «Somos monjes pero no vivimos en otro planeta, es un instrumento que hay que saber aprovechar», explica entre risas el prior.
Este mendozino de 31 años estudió en el seminario de San Rafael, en su país, y viajó luego a Roma donde se licenció en Teología Moral, y Lituania, donde le fue encargada su primera misión: «¿Qué hace un argentino en Lituania?, me decían»... «Conseguí oficiar en menos de un año misa y confesar en lituano y la gente agradece mucho el esfuerzo; no es ni más ni menos que lo que pretendemos hacer aquí: aprender y servir a los riojanos».
La casualidad hizo que los mismos tres monjes que hoy guardan Valvanera la conocieran en febrero del año pasado: «En el monasterio del Pueyo [sede del Verbo Encarnado], una vez al mes, vamos de peregrinación por los monasterios en España». Quedaron impresionados por la historia milenaria de Valvanera pero también por su entorno natural: «Te imaginas que nos destinasen aquí...», recuerda que se dijeron entonces Andrea Versaneti.
Dicho y hecho, apenas ocho meses después regresaban para ocupar el santuario como monjes: «Somos misioneros y habitualmente nos emplazan en lugares difíciles en los que pedimos ayuda para los más necesitados», explica Vernaseti. «Aquí ha sido todo lo contrario -continúa-, nada más llegar han venido el médico, el carpintero, los caballeros de la orden de Valvanera, sacerdotes como el de Santo Domingo o San Vicente..., por supuesto el obispo, que es como un padre para nosotros, y vecinos anónimos a ver qué necesitábamos».
Y es que a estos tres jóvenes les ha caído lo que, fuera de los muros sagrados, se conoce como un enorme 'marrón'. El prior en funciones lo lleva con buen humor, aunque reconoce que a veces se ve desbordado: «Yo de economía... cero; mi primera cuenta corriente, como responsable de la comunidad, la tengo hace tres meses... y ahora me encuentro facturas y más facturas, reparaciones, contabilidad, salarios y, lo último, el papeleo e inspecciones sanitarias de la licorería...».
Así ha bautizado Cristóbal Armijo a Saji, el trabajador de origen hindú que lleva ya siete años en el monasterio: «Estaríamos perdidos sin él, conoce la zona, sabe de todo tipo de mantenimiento, de la licorería...», suspira el monje chileno. La cuestión no es anecdótica, ya que la comunidad dedica tres horas diarias a lo que denominan 'trabajo' y que restan de su propio cultivo: «Quitar nieve, cortar ramas, piedras..., el esfuerzo físico lo hacen ahora Andrea y Cristóbal porque yo empleo el tiempo para el 'papeleo'», explica el prior en funciones.
«Somos monjes, no una empresa y lleva mucho tiempo; incluso me preocupa que si descuido mi parte espiritual puedo perder hasta la vocación». De hecho, el joven mendocino -de una familia de quince hermanos , varios de ellos sacerdotes y monjas- tiene claro que la vocación hay que cultivarla: «El sacerdocio significa renuncia, pero también te da muchas alegrías y, siendo jóvenes como somos, qué mayor aventura que la vida monástica».
La nieve, que llevaba años sin apenas verla el monasterio, les sorprendió nada más llegar a Valvanera: «Imagínate qué gozada, unas navidades blancas, que sólo habíamos visto en las películas porque allí, en Argentina y Chile, las pasamos a 35 grados», responde Cristóbal al ser preguntado por el frío: «Para frío el del seminario de Mendoza o el de Barbastro, donde las fuentes de calor son las antiguas salamandras», aseguran.
Andrea, el italiano, confiesa que envío fotos a su madre y que también han aprovechado un domingo para esquiar en Valdezcaray. Es habitual verles bajar caminando por la carretera y entornos del monasterio los domingos en el tiempo de recreación comunitario: «Son las cosas pequeñas las que mueven el mundo», explica Agustín Prado. «Si hacemos lo que tenemos que hacer -continúa- Dios no nos abandonará y tampoco a este magnífico santuario».
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