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«Que si vivo sola, más sola que la una», ríe. A sus 81 años Mercedes Santos está curtida por el aire serrano que ahora, después de un invierno como «los de antes, como tienen que ser», empieza a azuzar el mercurio. Es jueves, un día entre semana cualquiera, aunque aquí, en San Román de Cameros, poco cambia de un domingo a un martes. En verano sí. El estío trae sofocos y veraneantes, para algunos demasiado de los dos. La tranquilidad se resquebraja y hasta el sonido de la cortacésped del vecino hace llagas.
Mercedes vive sola. Hace mucho más tiempo que 19 días y 500 noches como entona Sabina. Con 51 años se quedó viuda. Su esposo tenía 58 y perdió la vida en accidente. A partir de ahí emprendió un camino, primero con sus hijas, pero luego en soledad, como muchos vecinos del pueblo y como cada vez más 'chicos' de la tercera edad en toda La Rioja -17.100 de más de 65 años y de ellos 4.400 con más de 80- que ahora, más que nunca, han pasado a formar parte de la agenda política e institucional de la región.
Al enviudar, Mercedes dejó su San Román para vivir en Logroño. «Tuve que quitar los animales y empezar a trabajar, a hacer cosas en las casas porque no tengo carrera». Su periplo duró poco, a los seis años «dije que no trabajaba más» y así fue.
Regresó a sus orígenes porque «yo digo que soy como las ortigas, soy de pueblo, aunque no nací aquí, que soy de Hornillos, quitaron la escuela y bajé a San Román». «Luego vinieron mis niñas -sus nietas gemelas-, que ya tienen 19 años para 20 y son mi vida». Por fortuna, aunque viven en Logroño, van todos los fines de semana a verla.
Los avatares de la vida le impusieron una soledad que ahora mima como oro en paño. Mercedes, que no se despega del teléfono inalámbrico -ahí apenas hacen falta móviles- baja la voz y casi al oído confiesa: «Mi hija quiere que baje a Logroño, pero no me quejo para que no me lleve». Ni las noches son tan largas ni le da miedo compartirlas con el silencio. «Leo un montón, veo alguna cosa en la tele, pocas, porque no hay muchas bonitas ... Pasapalabra y poco más». Por el día, su primera tarea es coger el pan.
El panadero para en su puerta, junto a la iglesia, y lo coge para ella y para alguna vecina. En ocasiones lo guarda y en otras lo lleva directamente a las casas «porque tengo llave de todo el barrio, debe ser porque soy mala», ríe de nuevo. Una entrega a domicilio a la que pone un colofón de oro: el desayuno. Luego hace «poca cosa en casa» y se lanza a las calles y caminos que rodean al pueblo para pasear «casi siempre sola y a veces con alguna veraneanta», cuenta.
El día marcado en el calendario de Mercedes es el lunes. De 12.30 a 13.30 horas tiene la cita, la cita con mayúsculas, con el profesor de gimnasia. En un local del pueblo se llegan a juntar hasta 6 personas en una actividad que rompe su rutina diaria. «Ojalá todos los días hubiera gimnasia». Antes iba a los talleres de cocina, pero dice que está delicada del estómago y «como lo que hacíamos nos lo comíamos, luego me hacía daño».
Tanto la gimnasia como la cocina son cursillos organizados por el Gobierno de La Rioja, a través de Acompaña2, un ambicioso programa enmarcado en la Agenda para la Población 2030 que está afianzado en la red de servicios sociales comunitarios y de base, trabajadores sociales, entidades municipales, asociaciones y voluntarios. Su fin es presentar batalla a la soledad promocionando la cohesión social.
Un objetivo que no cae en saco roto, aunque los vecinos 'solitarios' de San Román no sepan de cohesión, de voluntariado estructurado o de teleasistencia. Saben que 'fulanito' y 'menganito' también viven solos y si un día sus persianas siguen bajadas mediada la mañana tendrán que dar la voz de alarma. Un engranaje perfecto y efectivo, en el que tiene mucho que ver Salomé López Jalón, la trabajadora social de este municipio y de otros diez más del entorno desde hace más de 14 años. Una mujer con la que se profesan un cariño mutuo admirable.
Así lo cuenta Primitivo Santolalla, que a sus 80 años sabe de sobra lo que es vivir en soledad, aunque no se siente solo. Participa en los talleres de cocina, organizados dentro del programa Acompaña2, una experiencia «fantástica», cuenta. «Es un día a la semana, hablas con la gente, bajas al bar, nos reímos y bien. Mi vida es así».
La soledad, que le envolvió de forma gradual, no le da miedo. Vivía con sus padres y su única hermana en San Román. Tenían una tienda de telas y él se encargaba de vender en los pueblos del entorno. Entonces no había medios de locomoción como ahora, ni siquiera una carretera. «¿Cómo íba? En el coche de San Fernando. ¿Sabes cuál es? -me pregunta- Un ratito a pie y otro andando».
Con el tiempo fallecieron sus padres, incluso su hermana se murió joven, con 39 años, y sus sobrinos se fueron a Soria y «aquí me quedé», relata. Hoy sigue viviendo en la misma casa de sus padres, se jubiló hace quince años y su día a día comienza cuando se levanta «a las 9.30», dice, «a las 10», le corrige Félix Reinares, amigo y compañero de avatares en el taller de cocina. «Desayuno bien y luego bajo a tomar un cafecito con los amigos, con este no -señala a Félix-, con otros». Su siguiente misión es hacerse la comida, aprendió de su madre y ahora «con el cursillo, siempre se queda algo», comenta.
A Primitivo, un hombre enjuto y locuaz, los días le deparan pocas novedades y afortunadamente ningún sobresalto. Se aferra a la rutina porque es el mejor síntoma de que todo marcha bien. Lo mismo le ocurre a Félix Reinares Martínez.
A sus 68 años su trayectoria vital discurre paralela a la de Primitivo, a él le une no sólo el cursillo de cocina, también una gran complicidad forjada a fuerza de años de vecindad. Murieron sus padres y se quedó solo. Eran cuatro hermanos y todos se marcharon del pueblo. Convive con la soledad desde hace más de 20 años y «lo llevo bien, por la noche voy a casa de éste -señala a su compañero de faena- y bien y así pasamos la vida».
Los inviernos son largos, especialmente este último, «pero con leña abundante...». Además, se entretiene en la fragua situada en la planta baja de su casa, la misma en la que su padre, el herrero del pueblo, pasaba las horas. Todavía hace alguna cosilla por encargo, como hebillas para vacas, pero sólo en invierno. En verano, en la fragua «es más complicado porque el humo molesta». Asegura que nunca ha pasado miedo, «¿para qué? Si te pasa algo y te viene derechas ya se ha terminado». En julio y agosto viene su hermano y ya no está tan solo, también muchos veraneantes y «así pasamos el rato».
En San Román de Cameros también vive sin compañía Jacobi García, aunque su sobrino irá a trabajar al pueblo y vivirá con ella unos meses de forma temporal. «¿Qué años tiene? Muchos -se le escapan- pero no los pongas, por favor, eso a una señorita...», recrimina tímida a esta cronista. Como Primitivo y Félix, nunca se casó. Hasta que fallecieron, vivió «muy bien» con sus padres. Quisieron darle una carrera, igual que a su hermano, que acabó siendo médico, pero ella no quiso seguir estudiando. «Gracias a Dios vivo bien, tengo un jardincito y una casa demasiado grande para mí porque tengo muchos años y hay muchas cosas que no puedo hacer».
De momento dice no sentirse sola porque si no «podía decirle a Salomé que me buscara una señora, pero estoy a gusto». El secreto de la serenidad que transmite es no meterse en «interioridades de nadie, cada uno tiene su vida y nada más». Así ha logrado el equilibrio de llevarse bien con todos.
Se levanta a las ocho y se acuesta pasadas las diez y cuarto de la noche. Las catorce horas de su día a día se le hacen cortas, incluso las de este invierno especialmente largo y especialmente frío. En su caso, participa tanto en la gimnasia como en la cocina: «Todos los servicios hay que aprovecharlos y todo se lo debemos a Salomé, tenemos suerte».
Pasan veinte minutos del mediodía y a la cita con esta periodista también ha acudido Juana Íñiguez Pascual. En mayo hizo 78 años y como el resto de vecinos del pueblo -salvo Petri Bermejo- congregados hoy en la plaza en una cita inédita con los focos y la grabadora vive sola.
Juani cuenta con la ayuda de una mujer y el apoyo de sus hijas que le llevan la comida hecha. Tienen miedo de que a su madre le pueda pasar algo y es que la memoria le flaquea y quieren evitar que «si pongo las sartenes, me marche de casa porque no me acuerde de que las he puesto», confiesa. Y aunque no se siente sola, no hay día que no eche en falta a sus hijas y recuerde a su esposo, fallecido hace «muchos años: 18 o 11, no me acuerdo».
«Mi marido era un señor -rememora nostálgica- estaba mucho en casa y era muy manitas. Hemos tenido una vida muy buena, muy sana, muy bien y cuando te quedas sola echas en falta la vida de antes, aunque estoy muy bien atendida y doy las gracias a Dios», comenta.
Ha vuelto a participar en el taller de cocina. Lo tuvo que dejar hace un tiempo porque se encontraba 'pachucha'. Ahora que ha remontado, en el curso la esperan con los brazos abiertos «aunque ya me dicen que les tengo que enseñar yo a ellos, lo mismo me pasó en manualidades» y señala un cojín que hizo a mano. También se entretiene haciendo chaquetitas para recién nacidos, «así es como yo lo vivo porque nos tenemos que entretener. Como no hay gente, tenemos que acogernos a lo que tenemos», señala.
A Juani la salud no le acompaña del todo y convive con unos dolores «que no me pueden quitar más porque entonces me quedo inválida», lamenta. «Sé que cada vez me voy a poder mover menos y me dicen que la silla de ruedas está a la vuelta de la esquina, que tengo que sufrir un poco para llegar lo más tarde posible a ese momento». No obstante, pasa por una buena racha. De hecho el otro día le tomaron la tensión y el enfermero me dijo «que ni las mozas de 18 años».
La historia de Petri Bermejo, de 75 años, difiere de la del resto. Estuvo 48 años viajando unas tres veces al año a San Román desde Vitoria, donde vivía con su marido y una vez que se jubilaron compraron el piso que alquilaban en el pueblo, hicieron la mudanza y convirtieron este municipio serrano en su hogar. Ella y su esposo buscaban una sensación de soledad que encontraron aquí. «A nada que tengas actividades, como gimnasia, cocina y la partida de cartas que jugamos todos los días... No hay que quedarse en casa, no, porque vienen muchas depresiones», resume.
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