Otro día, otro otoño
Jonás Sáinz
Domingo, 30 de octubre 2016, 18:49
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Jonás Sáinz
Domingo, 30 de octubre 2016, 18:49
No hay días como los de otoño en el bosque, cuando la vida parece suspenderse en el aire antes de la pequeña muerte del invierno. En pocas semanas, la cerrada bóveda de esa catedral natural que es el hayedo se impregna de los colores de ... una vidriera gótica. Y en pocos días, esos en los que arrecian los ásperos vientos del norte, se abre al cielo gris en una callada lluvia de hojas sobre el mantillo que alfombra el suelo.
Pero piensa, cuando estés hundiendo los pies en la hojarasca y llenando el móvil de fotos de los niños, que no siempre estuvieron ahí esas selvas.
Como la mayor parte de los hayedos de la Península (), con no más de 4.800 años de antigüedad, los riojanos son descendientes de los que encontraron refugio al frío del Periodo Boreal en la Cordillera Cantábrica y el Pirineo. En esta región climáticamente entrecruzada, necesitados de humedad, poblaron especialmente las umbrías altas (sobre los mil metros) de los valles con influencia atlántica del Oja y Najerilla, pero también zonas de los más continentales Iregua, Leza, Jubera e incluso del Cidacos. Y en todos proliferaron.
Pero con la explotación del hombre llegaron a peligrar y en algunos puntos incluso a desaparecer por completo debido a las talas masivas para leña y carbón con que alimentar las numerosas ferrerías y otras industrias que abundaron en la sierra hasta el siglo XIX, así como por las continuas quemas para pastos. En cambio, el éxodo rural a mediados del XX, lamentable para todo lo demás, favoreció la recuperación de nuestros bosques en el periodo actual, de innegable cambio climático, en el que los pulmones verdes, que precisan las lluvias pero también las fijan al relieve, son ya vitales como el aire y el agua.
Hoy día existen en La Rioja unas 30.000 hectáreas de haya, que representan la quinta parte de la superficie arbolada de la región. Los hayedos más extensos y probablemente los más hermosos se encuentran en los valles hermanos del alto Najerilla, los de los ríos Cárdenas, Valvanera y Tobía. Y en este último, el hayedo más popular de todos, El Rajao.
De las muchas posibilidades que ofrece este auténtico paraíso, la excursión típica comienza y acaba en el refugio (a 1.034 metros de altitud), a unos ocho kilómetros de Tobía, donde llega la estrecha carretera, que, entre álamos temblones y abedules, parece ir introduciéndonos en otro mundo. Continúa a pie la marcha (poco más de nueve kilómetros de escaso desnivel y entre dos y tres horas) por la pista que remonta el río hasta las Tres Aguas (1.338 metros); gira a la derecha y atraviesa el pinar de la Beceda hasta llegar a ese lugar espectacular, el hayedo del barranco de la Carrascosa. Ese es el sitio que buscas.
Antes de descender de vuelta al refugio (y al mundo), no olvides detenerte un momento a observar esa catedral cayendo sobre ti en una leve cascada de caricias. Contempla las nubes sobrevolar las ramas cada vez más desnudas. Escucha el silencio, el rumor del bosque susurrando algo antiguo y eterno. Y recuerda, cuando estés hundiendo los pies en la hojarasca y llenando el móvil de fotos de los niños, que no siempre estuvieron ahí esas selvas. Y, justo antes de retomar el camino, piensa que de ti depende que sigan estando en el futuro. Para que también tus hijos puedan revivir con tus nietos esa jornada otro día de otro otoño.
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