Los idus de mayo
«Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez»
Jorge Alacid
Lunes, 9 de mayo 2016, 18:44
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Jorge Alacid
Lunes, 9 de mayo 2016, 18:44
El pasado jueves, José Ignacio Ceniceros atendía con el semblante serio el discurso de toma de posesión del nuevo rector de la UR. En los corrillos improvisados tras la ceremonia de investidura, hubo quien achacaba la exagerada seriedad que lucía en su rostro el presidente ... a un posible enojo por el tono reivindicativo que distinguió las palabras de Julio Rubio; también era probable que, en realidad, Ceniceros estuviera pensando en las concomitancias que guarda la inesperada irrupción del nuevo equipo dirigente del campus público de La Rioja con su propia trayectoria, desde que en junio se viera señalado por el dedo de Pedro Sanz y se convirtiera en presidente. Más o menos, por accidente.
Ceniceros y Sanz se habían dejado fotografiar al comienzo de la semana mientras asistían a la reunión de la cúpula del PP nacional, donde su jefe ordenó a los suyos aquello de creced (en votos) y multiplicaos (en escaños). Un cónclave durante el cual Sanz fue una de las pocas voces que se alzaron para apoyar el mensaje presidencial y fortalecer por lo tanto su figura como un aliado incondicional de Mariano Rajoy, quien correspondió a su fidelidad permitiendo que Sanz colocara a Emilio del Río en el decisivo sanedrín que dirigirá la campaña electoral que conduce al 26J. Un nuevo episodio en el delicado e inestable equilibrio interno que rige los destinos del PP riojano desde que hace casi un año se consagrara el modelo de bicefalia hoy tan cuestionado.
Intrigas, desconfianza, mutuas decepciones... De esos sentimientos se ha ido poblando la actividad de los principales actores del PP en los últimos meses. De parecidas sensaciones hablaba el rector Rubio en un discurso que huyó del molde protocolario de este tipo de actos para alojar entre sus papeles palabras que sonaban a refrescante reivindicación, aunque su destinatario no fuera en realidad Ceniceros. Esa faz adusta que exhibía el presidente debía tener su origen en sus propias cavilaciones. En la íntima convicción, extendida entre sus dirigentes más cercanos, de que son víctimas de un sigiloso ataque procedente de sus propias filas, una suerte de acorralamiento que no cesa y que proviene de distintas direcciones: desde los dirigentes del anterior Gobierno, desde luego, pero también desde los alrededores de Cuca Gamarra e incluso desde quienes no siendo fans ni de la alcaldesa ni de Sanz esperaban un Gobierno más enérgico.
El viernes cerca de medianoche, mientras compartía vino y confidencias por la calle Laurel, Ceniceros parecía otro. Parecía liberado. Rostro relajado, sonriente. Entre esas dos imágenes, la del presidente crepuscular del jueves y el presidente risueño de 24 horas después, mediaba la reunión que acababa de albergar la sede del PP. De modo inesperado para la mayoría, según coinciden los asistentes consultados, el presidente tomó la palabra y pasó al ataque. Por primera vez, levantó la voz. Se quejó ante sus compañeros de los desaires que sufre su Gobierno, y también su figura, desde el círculo que rodea a Sanz. Lanzó dardos acusadores con nombres y apellidos y recibió una réplica del mismo tono. Un tono elevado, agrio, malhumorado. Porque también en el entorno de Sanz menudean las quejas en torno al insólito grado de desafección que observan en el Palacete hacia quien protagonizó la larga noche de poder casi omnímodo en La Rioja y Ceniceros tuvo por lo tanto que escuchar parecidos reproches a los que él formulaba. «Lo nunca visto», resumía uno de los dirigentes convertidos en testigos de este primer enfrentamiento público, luego de tanto pulso soterrado, entre el jefe del partido y el patrón del Gobierno.
Una tensa reunión que debe leerse, según otro asistente, como pura lucha de egos. Y que tendrá consecuencias. Se acababa de visibilizar lo que todos los implicados negaban hasta entonces, esos desencuentros que alcanzan al Grupo Parlamentario, donde se contempla un desapego creciente hacia la acción de Gobierno. Ceniceros, que se siente solo y maltratado desde el partido, tomó por una vez la iniciativa. Desmintiendo su carácter cauteloso, propinó en la mesa el puñetazo que al oído le reclamaban sus dirigentes de confianza. Conociendo precisamente su tendencia a la prudencia, cabe suponer que su decisión no fue improvisada y que no ignora lo que cualquiera sabe: que no hay marcha atrás. Que el PP ya puede presumir de sus particulares idus, aunque no de marzo, cuando Julio César cayó derribado por manos en teoría amigas, sino de mayo: cuando José Ignacio Ceniceros al fin subió a la red. Cuando dejó de atender los consejos de quienes dentro de su gabinete aconsejaban seguir poniendo la otra mejilla o de quienes le sugerían que no abriera una batalla que erosionaría la vida interna de un partido que lleva tiempo sobresaltado.
La noche en que Ceniceros abdicó del buenismo la concluyó saboreando un vino por el Logroño castizo. Sí, parecía liberado. Como si hiciera suyas las palabras con que un asistente resumió lo acontecido: «Todos tendríamos que reconocer lo que debemos a Sanz, que encontró el partido como lo encontró y logró que gobernáramos La Rioja veinte años, pero también deberíamos convencerle de que su tiempo ha pasado. Y que deje trabajar a sus sucesores». Dos ideas que sin embargo nadie dijo en voz alta.
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