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M.M.
Lunes, 11 de abril 2016, 01:07
Sobre Arancha y Ramón ya no pende la espada de Damocles que ha gravitado durante buena parte de su existencia. Han vencido al fatal virus y ahora hay una nueva vida, sobre todo para Ramón, al que pusieron hasta fecha para morir. Tenía 25 años ... cuando se sometió a una operación en la que le transfundieron 4 bolsas de sangre y algo más... Cuarenta días después había perdido 15 kilos y no podía andar. Era la hepatitis y tiempo después descubriría la variante. «Me dijeron que mi expectativa de vida máxima eran 20 años y este año celebro el 30 aniversario. Aquello me hundió. Intenté mentalizarme. Me pusieron dos tratamientos sabiendo que no me iban a curar y, tras ellos, aún estaba más mentalizado de que me iba a morir». Ramón, además, se obsesionó con no contagiar a su entorno lo que a él le habían traspasado: «En el trabajo iba al baño y me llevaba el bote de lejía. Tenía mucho miedo de contagiar a alguien. Y luego con los hijos pequeños igual».
Su vida ha transcurrido con el virus. Se casó. Tuvo descendencia. Y hace un tiempo oyó hablar de los tratamientos nuevos: «Puse mi esperanza en cuarentena pero en tres meses me he curado. Voy a hacer un año el próximo mes. Me darán el alta». Gran noticia aunque la matiza: «Los que dejamos de tener el virus no podemos dejar de tener las consecuencias de un hígado dañado en mayor o menor medida. El fibroscán me dio 4, cirrosis» (Fibroscán es un indicador que refleja el deterioro del hígado).
Arancha también tiene afectado el hígado pero ha retomado su vida con ganas. Cuando descubrió la infección en los 80 en una analítica rutinaria (como la mayoría) no sabía ni de qué le estaban hablando y menos aún cómo se había infectado. «Me pusieron Interferon en 1997. Seis meses muy duros. No entendía el tratamiento porque yo no tenía síntomas y me ponía muy mal con este medicamento», recuerda. El virus seguía activo y lo tuvo que dejar. Se sometió a controles periódicos y pensó que con una vida ordenada y sin excesos podría esquivar problemas futuros. Pero se equivocó. En el 2013, el fibroscán salió en el 3. «Eso me cambió la vida. Me asusté. Me pusieron la triple (Interferon, Ribavirina y Telaprevib) y fue durísimo. El más duro. Tuvimos que suspenderlo», cuenta. «Para mí fue traumático. Pedí ayuda psicológica y me preparé para enfrentarme a nuevos tratamientos con la esperanza de que me hicieran efecto pero aceptando también el fracaso». Arancha ha estado cuatro veces en tratamiento; en junio llegó Harvoni y el final del virus maldito para ella.
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