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PIO GARCÍA
Domingo, 15 de noviembre 2015, 18:37
logroño. Quizá ahora, 35 años después, parezca un asunto menor, incluso irrelevante. El 15 de noviembre de 1980, la provincia de Logroño pasó a denominarse provincia de La Rioja. La cuestión toponímica, sin embargo, encerraba mucha miga: su aprobación no fue tarea fácil porque mucha gente entendía que era el peldaño previo a la consecución de la autonomía. «Yo tuve siempre muy claro que si no cambiábamos el nombre de la provincia, no teníamos nada que hacer. Veíamos el camino que estaban recorriendo provincias como Segovia o incluso León, que también aspiraban a convertirse en autonomías. Si manteníamos el nombre de 'provincia de Logroño', nos iban a considerar una mera parte integrante de Castilla La Vieja. Para mucha gente éramos Castilla de toda la vida». Las palabras de Félix Palomo, entonces senador del PSOE, revelan la importancia de la cuestión nominal. Incluso hubo debates encarnizados, sobre todo en la Cámara Alta. El PNV no lo veía con buenos ojos. La Diputación Foral de Álava, con la oposición de UCD y PSOE, se había opuesto formalmente al cambio «para salvaguardar los intereses de La Rioja alavesa», según explicó el diputado general, Emilio Guerava (PNV), quien llegó a añadir que su oposición no suponía intromisión alguna en los derechos históricos de los riojanos porque «antes habría que probar si se dan tales derechos».
Palomo recuerda que se encaró varias veces con los senadores del PNV, a quienes les tuvo que aclarar que La Rioja, pese a adoptar ese nombre histórico, «no tenía pretensión expansionista alguna» ni sobre Rioja Alavesa ni sobre la Riojilla burgalesa. «Otra cosa habría que decir de ustedes», les espetó. Para encontrar apoyos irrebatibles que justificasen la solera del nuevo nombre, los parlamentarios riojanos llegaron a acudir a la Real Academia de la Historia y a personalidades como Julio Caro Baroja.
Félix Palomo, de 79 años, es el único senador riojano que sobrevive de aquella primera legislatura. Con él, ocupaban asiento en la Cámara Alta los centristas Domingo Álvarez Ruiz de Viñaspre, Pilar Salarrullana y Carmelo Fernández. En el Congreso se observaba idéntica proporción: por la UCD salieron elegidos José Antonio Escartín, José María Gil Albert y Luis Javier Rodríguez Moroy; por el PSOE, Javier Sáenz Cosculluela. Rodríguez Moroy coincide en que fue el PNV quien puso mayores trabas al cambio de nombre de la provincia, algo que en las sedes centrales de los dos grandes partidos de entonces (UCD y PSOE) se veía con mayor normalidad. Y apunta que esa modificación también ilusionaba a muchas poblaciones que preferían que el territorio no se identificase sólo con la capital. «Desde luego, aquí en La Rioja no había debate alguno sobre la cuestión -resuelve Rodríguez Moroy-. Estábamos todos los parlamentarios de acuerdo, fuésemos del signo que fuésemos».
Otro cantar fue allanar el camino hacia la autonomía. Ahí las resistencias fueron mayores, sobre todo en la UCD. A Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación, hubo que convencerlo a base de sudor. «Era un jacobino total -enfatiza Rodríguez Moroy-. En el partido, en un primer momento, nadie veía posible una autonomía para La Rioja». Fue una labor de hormiguita, un continuo trabajo de zapa para ir horadando antiguas certezas. «Salió adelante gracias a que todos los parlamentarios riojanos nos unimos y dimos un puñetazo sobre la mesa. Al final fue una victoria política porque solo con el movimiento popular no se hubiese conseguido», explica Moroy.
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