Dos huevos... con pimientos
Marcelino Izquierdo
Martes, 9 de junio 2015, 11:01
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Marcelino Izquierdo
Martes, 9 de junio 2015, 11:01
Pedro Sanz llega puntual a la cita: almuerzo informal, a las once y media de la mañana, en el Soldado de Tudelilla. Viste pantalón azuloscurocasinegro, camisa blanca nuclear y una americana entre seria y casual. Saluda efusivo a la clientela acodada en el mostrador y, en un pispás, está empinando un porrón de vino tinto.
¡Uyyy, qué trago más peligroso con esa camisa tan clara! le advierte Manolo estirándose el mandil. Pero al presidente no le tiembla el pulso.
Esto me recuerda a mi pueblo, cuando los abueletes sacaban a la calle las tarteras con tortilla o bacalao y apuraban su cuartillo de vino. Los chavales nos acercábamos para escuchar sus historias y, de paso, por si algo caía.
Antes de sentarse a la mesa, se quita la chaqueta para poder manejarse con soltura. En el horizonte, una ensalada de tomate, cebolla, atún y aceitunas al centro, dos huevos con pimientos de Tricio para cada comensal, una barra de pan sobao y una botella de vino para cuando se agote el porrón.
Pedro Sanz arranca la tertulia como un político de carril, tratando de dominar el espacio escénico y agitando las manos como en cualquier entrevista convencional. Sin embargo, a medida que las palabras fluyen, que el tomate de Zarratón se deja querer y la yema del huevo se mezcla con la clara y su puntilla, el presidente se torna más campechano.
Sanz se apasiona con cada respuesta, con cada idea que defiende como si en ello le fuera la vida. De cuando en vez, deja cuchillo y tenedor sobre el mantel, y se concentra en la conversación, pero más pronto que tarde vuelve a mover el papo con la naturalidad de un hombre de campo. Casi al final del ágape, mi compañero Pablo revela al presidente un chascarrillo sobre ciertos movimientos internos dentro del PP riojano. Sanz responde con contundencia:
¡Eso te lo ha contado Menganito! exclama, al tiempo que clava su mirada en el periodista y, como un avezado jugador de naipes, escruta los movimientos de su rostro por ver si duda, si parpadea o si enarca las cejas.
Hora y media después, el presidente debe retomar sus obligaciones. Nada queda en el plato. El presidente se despide, cordial, y con fuerzas para reemprender el arduo camino de la negociación, con el Palacete al fondo.
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