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Diego Marín A.
Domingo, 10 de mayo 2015, 21:18
Evaluar si la dopamina, un neurotransmisor implicado en la toma de decisiones, también está relacionada en las interacciones sociales. Ese es el objeto de la investigación que ha realizado el científico logroñés Ignacio Sáez Martínez en la Universidad de California, en Berkeley (Estados Unidos). Para comprobarlo, realizaron un experimento con voluntarios sanos, a quienes administraron tolcapona, un fármaco que aumenta el nivel de dopamina en el cerebro, y les propusieron jugar a 'El dictador'. Cada uno debía repartir un dinero con otra persona desconocida.
Y todos lo hicieron, algo «sorprendente para los economistas clásicos, que creen que somos seres fundamentalmente egoístas», explica Ignacio. Pero es que estas preferencias sociales están arraigadas a la psique, tienen un origen biológico, así que la dopamina puede mediar en el proceso. Bajo la influencia de la droga, «la gente elegía distribuciones más ecuánimes». Ignacio Sáez Martínez, de 35 años, licenciado en Biología y Bioquímica por la Universidad de Navarra y doctorado en Neurociencia por el Baylor College of Medicine de Houston gracias a una beca de La Caixa (también trabajó en Durham -Reino Unido-, París y el Virginia Tech Carilion Research Institute), ha publicado sus conclusiones en la revista 'Current Biology' y ya ha suscitado controversia.
El medicamento, comercializado con el nombre de Tasmar y que se emplea de forma rutinaria en el tratamiento del párkinson, podría tener otros usos en lo que a enfermedades mentales se refiere, paliando sus efectos. «El párkinson está causado por un déficit de dopamina debido a la pérdida de las células que la producen en el cerebro», explica el neurocientífico riojano, y añade que «un complejo desequilibrio de los niveles de dopamina es una de las hipótesis más sólidas acerca de las causas biológicas de la esquizofrenia». Por tanto, «existe un rango determinado de niveles de dopamina que permite un comportamiento normal»; no obstante, los efectos de la tolcapona «son transitorios».
No existe otra contraindicación que no sea los problemas hepáticos, «no es una sustancia que genere euforia o una alteración de la percepción como las drogas que se consumen recreacionalmente». De hecho, en el ensayo se administró aleatoriamente a los voluntarios tolcapona y un placebo (pastillas de azúcar) y «no eran capaces de adivinar qué habían recibido, los efectos son muy sutiles». Los responsables de la prueba son conscientes de que «es concebible que traer a alguien al laboratorio y darle una píldora, con la presencia de los experimentadores, puede alterar el comportamiento de los voluntarios». Para ello decidieron convocar dos visitas, en una administraron el fármaco y en la otra, el placebo, sin saber siquiera los científicos cuál era cuál hasta que se completó el experimento. Afecta independientemente de la edad, la complexión o el sexo. Un neurólogo supervisó todo el proceso.
Conclusiones reveladoras
La conclusión fue reveladora: los resultados varían entre un 10-15% con la tolcapona. Esto también puede resultar cuestionable, sobre todo, si se administra el fármaco con una mala praxis. Aquí entra en juego la bioética. Ignacio apacigua la cuestión sobre si la tolcapona puede inducir a tomar una decisión no libremente: «Si existen otros efectos, son sutiles e imperceptibles para el sujeto, en base a la incapacidad demostrada por los voluntarios de adivinar qué sustancia habían tomado».
La dopamina impulsa la búsqueda de satisfacción y esta droga legal, la tolcapona, convierte a las personas, aunque sea de forma efímera, en seres más justos, sensibles y generosos. En una entrevista con el diario 'El País', Sáez Martínez bromeaba con la posibilidad de «llevar un cargamento de este fármaco a Wall Street para contaminar el agua que beben los ejecutivos y lograr un mundo más justo». Pero el objetivo no es producir la pastilla de la justicia sino poder llegar a tratar trastornos mentales, como la esquizofrenia, incluso la ansiedad o las adicciones.
«La toma de decisiones es un problema biológico muy complejo (con presencia de incertidumbre, desconocimiento de consecuencias, valor de la experiencia). Las zonas del cerebro que usan la dopamina han evolucionado para cumplir una serie de funciones relacionadas con este problema y para ayudarnos a navegar un mundo complejo e incierto, pero no son infalibles», sentencia Ignacio Sáez.
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