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ÍÑIGO GURRUCHAGA
CARRICKFERGUS.
Lunes, 9 de abril 2018, 00:37
Jarrea sobre las calles, es jueves y David Hilditch, diputado autonómico desde 1998, tendría que estar a esta hora de la mañana en la Asamblea o en camino hacia el portentoso edificio que la aloja en Stormont. Dimensiones imperiales, piedra blanca de Portland, en su fachada seis columnas como condados tiene Irlanda del Norte, la estatua de 'Britannia' con su tridente sobre el frontón. Pero no hay Asamblea ni Gobierno autonómico desde hace más de un año, así que Hildich, de 55 años, está en su oficina de Carrickfergus, a pocos metros del castillo construido durante la invasión normanda, al final del siglo XII. Hilditch votó 'no' al Acuerdo de Belfast, que diseñó las instituciones, en el referéndum de 1998. En esta comarca, Antrim Este, todos sus diputados son unionistas probritánicos.
«Había algunos aspectos del acuerdo que no encajaban en mis creencias, como las influencias exteriores, el papel que tendrían los consejeros...», explica. El Partido Democrático Unionista (DUP) al que pertenece fue fundado por un predicador presbiteriano, Ian Paisley, y se apartó de la negociación cuando el Gobierno de Londres incluyó en la mesa al Sinn Féin de Gerry Adams, asociado con el IRA.
uEl pacto Pone las bases para crear un Parlamento autonómico en Irlanda del Norte y para el fin de la violencia en Ulster.
uLos firmantes El Gobierno británico de Tony Blair y el irlandés de Bertie Ahern. El acuerdo se firmó en Belfast el 10 de abril de 1998, Viernes Santo, y fue aceptado por la mayoría de los partidos políticos de Irlanda del Norte.
Con una participación que no se ha repetido, 81%, el acuerdo para restaurar la autonomía y crear un Gobierno regional compartido fue apoyado por el 71% de los votantes de Irlanda del Norte y rechazado por el 29%. En el sur, en la república de Éire, la participación fue menor, pero la reforma constitucional prometida en el Acuerdo de Belfast fue respaldada por más del 94% de los votantes.
No solo logró en las urnas una legitimidad inédita en la historia política de la isla de Irlanda. El proceso que desembocó en aquel acuerdo, un Viernes Santo, 10 de abril -mañana hará veinte años-, y llevó a la pacificación imperfecta de una región convulsa y a la creación de instituciones mixtas se convirtió en un modelo que políticos en el País Vasco, Oriente Próximo o Colombia han querido imitar.
La negociación del Acuerdo de Viernes Santo no tuvo lugar en el imponente edificio de la Asamblea sino en uno próximo, construido por arquitectos funcionarios en los años sesenta. Jonathan Powell, mano derecha de Tony Blair, lo describe con crudeza: «Paneles de formica astillados o desmoronados, un laberinto de pasillos anónimos y, tras meses se negociación, apestaba a sudor y a comida rancia».
El furibundo Paisley no estaba presente desde el verano, pero el también unionista y premio Nobel de la Paz David Trimble no dirigió la palabra a Gerry Adams ni una sola vez, las memorias de los presentes recuerdan episodios en los que se estuvo cerca de los puñetazos, y la mayoría de los negociadores pasó 48 horas sin dormir antes de garabatear su firma en la historia europea. Cuando salieron del edificio para anunciar el final feliz, se desató una granizada bíblica.
Entre los múltiples relatos de aquellas jornadas, la memoria de Powell, 'Great Hatred, Little Room' (Grandes odios, poco espacio), y la exhaustiva biografía de David Trimble, 'Himself Alone'(Él solo), por Dean Godson, permiten reconstruir, a pesar de las versiones contradictorias de algunos episodios, los trazos decisivos de aquella celebración local e internacional. Los primeros ministros, Bertie Ahern y Tony Blair, anclaron la voluntad de acuerdo. Eran pragmáticos, no acarreaban bagaje ideológico sobre el pasado, contaban con mayorías que les permitieron arriesgar. La clave del modelo irlandés es la convergencia de dos gobiernos comprometidos, con la ayuda ocasional del presidente Bill Clinton, en liderar una negociación constitucional y de desarme.
Trimble y Blair lograron que Dublín recortase su larga lista de entes y áreas de colaboración entre norte y sur -embriones de la unidad política de la isla-, que Ahern exigía para renunciar a la reclamación del territorio del norte en la Constitución irlandesa de 1937. Esos entes norte-sur han colaborado para obtener fondos de la UE, para construir un centro único de atención al autismo, han mejorado el tren que une Belfast y Dublín...
El Partido Unionista del Ulster de Trimble no quería un Ejecutivo autonómico y prefería que se gobernara por comités, para no presidir un Gabinete con consejeros de Sinn Féin. Pero cedió a la exigencia de Gobierno compartido del Partido Socialdemócrata y Laborista, del también Nobel, John Hume. Veinte años después, se enumeran logros autonómicos como el nuevo distrito del Titanic, en Belfast, el aumento del turismo, transporte gratuito a los mayores, recetas gratuitas...
El apartado de orden público y pacificación desestabilizó las instituciones una y otra vez. La reforma radical de la Policía regional que había batallado contra el IRA agravió a los unionistas. Trimble logró que Blair le firmara una carta asegurando que los diputados de Sinn Féin no podrían estar en el Gobierno si el IRA no iniciaba su desarme. Adams logró la promesa de que los presos saldrían de las cárceles en dos años, pero aplazó el desarme.
La autonomía comenzó y colapsó. Hubo más negociaciones y más crisis, los partidos de Trimble y Hume se hundieron, el DUP emergió como el más votado, el IRA se desarmó, Paisley y el exlíder del IRA, Martin McGuinness, desplegaron asombrosa armonía como líderes del Ejecutivo compartido... Y en el contexto ya confuso del 'brexit', las instituciones colapsaron de nuevo, en enero de 2017, por iniciativa de Sinn Féin, y el DUP se ha negado a restaurarlas por la exigencia de una ley de promoción del gaélico irlandés.
Owen Patterson, que como ministro británico de Irlanda del Norte creyó que la amnistía española de 1977 podía ser un ejemplo a seguir, dice ahora que el Acuerdo de Viernes Santo «ha pasado ya su fecha de caducidad». Ed Moloney, autor de obras incisivas sobre la historia del IRA, escribe que se inventó para acabar con el IRA y los lealistas, y que ya está enterrado, como otros acuerdos de la historia norirlandesa.
El diputado David Hildich reconoce que la mayor dificultad es la confianza. Recuerda que los republicanos han dicho a menudo que «cada palabra en irlandés es una bala en la lucha por la unidad de Irlanda». Pero espera que se pueda reconstruir la autonomía. Enraizado en lo local, dice que los diputados logran que los funcionarios hagan lo que interesa a los vecinos. Y se ruboriza cuando se le pregunta qué hará si en las próximas semanas les retiran el salario a los políticos vacantes del majestuoso palacio de Stormont.
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