Y por cuarta vez, el ganador es... Netanyahu
ANTONIO PITA EXCORRESPONSAL EN JERUSALÉN
Jueves, 19 de marzo 2015, 17:45
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ANTONIO PITA EXCORRESPONSAL EN JERUSALÉN
Jueves, 19 de marzo 2015, 17:45
Los resultados de las elecciones del martes en Israel son conocidos: el derechista Likud de Benjamin Netanyahu (tres legislaturas en el poder) obtiene 30 de los 120 escaños de la Knesset, mientras que la unión de los laboristas con la exministra de Exteriores Tzipi Livni, ... bautizada como Campo Sionista, se queda en 24. La lista conjunta de los partidos árabes más uno judeo-árabe se convierte en tercera fuerza parlamentaria, con 13 escaños, en una primicia para esta minoría palestina con ciudadanía israelí que supone un quinto de la población del país. Le siguen Yesh Atid, la gran sorpresa centrista de los anteriores comicios, que baja hasta los 11 escaños; Kulanu, la formación con discurso social del exministro del Likud Moshe Kahlon (10); los ultranacionalistas de Habait Hayehudí (8); los partidos ultraortodoxos sefardí y ashquenazí (13 en conjunto); Israel Beitenu, del ultraderechista Avigdor Lieberman (6); y la izquierda sionista pacifista Meretz, que no supera los cuatro diputados y cuya líder, Zehava Gal On, ha dimitido.
Es decir, Netanyahu no tendrá demasiada dificultad para formar una coalición de Gobierno de claro tinte derechista y religioso ultraortodoxo, sin necesidad de recurrir a partidos más moderados. Sería, a priori, con 67 escaños, una de las alianzas más homogéneas del país de las dos últimas décadas. Bibi, como se conoce a Netanyahu en Israel, ya se reunió ayer con los líderes de estos partidos.
Esta coalición a medida era exactamente lo que pretendía Netanyahu cuando el pasado diciembre convocó de manera anticipada los comicios, deseoso de soltar lastre centrista que le incordiaba a la hora de mantener con una mano el statu quo (perpetuar la ocupación de Palestina, ampliar los asentamientos en Palestina, etc.) y saludar con la otra a los dirigentes mundiales en perfecto inglés mientras culpaba a los palestinos de la ausencia de paz.
«Los primeros ministros de la derecha, incluido Netanyahu, necesitaban en el pasado un chaleco antibalas del centro-izquierda, por ejemplo, Shimón Peres o Tzipi Livni. El chaleco les protegía dos veces: fuera del país, ante los Gobiernos extranjeros, y en el interior, como una buena excusa ante las presiones del lobby de los colonos. Netanyahu habla ahora como alguien que ha renunciado al chaleco de la izquierda. Está convencido de que podrá arreglárselas solo», señala el influyente columnista del diario Yediot Aharonot Nahum Barnea.
El mundo mira la televisión y se pregunta: ¿por qué los israelíes reeligen una y otra vez a un líder que condena a su país a medio plazo al ostracismo internacional y a vivir en conflicto? ¿Al mismo primer ministro que hace feos al presidente del país que le garantiza el veto en la ONU?
El prisma es muy distinto en un país derechizado, militarizado y en el que aún pesan mucho el trauma colectivo del Holocausto y el recuerdo de los atentados suicidas. Una parte importante de sus ciudadanos tiene nulas esperanzas de que haya paz, responsabiliza sistemáticamente a los palestinos de esta situación y cree que el resultado de la salida unilateral de Gaza en 2005 solo prueba que retirar colonos y soldados de los territorios ocupados de Jerusalén Este y Cisjordania no haría más que traer los enemigos a las puertas del país.
En este contexto de escepticismo, escasos atentados y estable posición internacional, la apuesta por la paz sólo se ve como un riesgo. Sumamos a esto un Oriente Medio convulso y la aparición del Estado Islámico y el votante israelí mayoritario solo quiere un líder fuerte que le proporcione seguridad y estabilidad. Justo la imagen que vende Netanyahu.
En la última semana de campaña, Bibi cambió de estrategia al verse segundo en las siempre dudosas encuestas electorales. Se lanzó a conceder entrevistas a diestro y siniestro y no dudó en recurrir al discurso del miedo y el racismo para arañar votos, como hizo al insinuar en un vídeo electoral que la izquierda llevaría al yihadismo hasta Jerusalén o al advertir de que los árabes iban a votar «en masa».
«En su discurso de victoria, prometió trabajar para 'todos los ciudadanos de Israel, judíos y no judíos'. Demasiado tarde. Sabía exactamente lo que estaba haciendo (antes) cuando lanzó ese mensaje y por qué», subraya Anshel Pfeffer, periodista del diario Haaretz.
Netanyahu verbalizó en la campaña un secreto a voces: que se opone a la creación de un Estado palestino. Lejos queda su discurso de 2009 en el que -presionado por el presidente estadounidense Barack Obama- defendió públicamente lo contrario para acabar con décadas de conflicto en Oriente Medio.
El liderazgo palestino ya ha dejado claro que, ante la previsible continuidad de Netanyahu, se esfuman las posibilidades de paz, por lo que se centrará en acudir al Tribunal de la Haya y reforzar su actividad diplomática.
El editorialista Ari Shavit, cuya obra 'Mi tierra prometida' acaba de ser publicada en España, se muestra profundamente pesimista: «Netanyahu ganó (.) pero en lo que concierne al Estado de Israel, esta cuarta legislatura puede ser la de más. Aumenta la presión internacional. No está lejos una tercera intifada. Bibi ganó el martes, pero Israel ha sido arrodillada».
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