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Óscar Bellot
Sábado, 30 de enero 2016, 07:41
¿Puede un pequeño estado agrícola del Medio Oeste, con una homogeneidad étnica muy alejada de lo que ocurre en el conjunto del país, determinar quiénes son los mejor capacitados para regir el destino de la nación más poderosa del planeta? Ese es el interrogante ... que cada cuatro años planea sobre Iowa, un territorio conformado por interminables campos de cultivo que, de no mediar su privilegiada ubicación en la senda que lleva a la Casa Blanca, pasaría completamente desapercibido para el resto del mundo, huérfano de equipos en las grandes ligas y poco pródigo en espacios turísticos a menos que uno quiera escarbar en las ideas del presidente al que la economía se le desplomó encima cuando los años veinte tocaban a su fin. Herbert Hoover era, en efecto, nativo del estado del 'Ojo de Halcón', y allí, en la localidad de West Branch, está ubicada su librería presidencial, pero resulta inconcebible que ninguno de los políticos que estos días cortejan afanosamente a sus 'comprovincianos' reivindique ahora su legado.
Así parece ser, a tenor del despliegue de medios que los aspirantes al Despacho Oval han efectuado a fin de asegurarse la victoria en la primera etapa de la larga carrera por la presidencia de Estados Unidos. No resulta extraño. Ocho de los últimos diez vencedores en los 'caucus' de ese estado lograron después la nominación de sus partidos. Tan sólo dos republicanos se salvaron de la norma: John McCain, que obtuvo la candidatura en 2008 pese a quedar cuarto en Iowa, y Mitt Romney, que llegó triunfante a la Convención celebrada en Tampa en 2012 tras ser derrotado por Rick Santorum en las asambleas electivas celebradas el 3 de enero de ese mismo año. Entre los demócratas, hay que remontarse a 1992 para hallar un 'superviviente' de Iowa. Bill Clinton recibió el beneplácito de la mayoría de los delegados, y se impuso posteriormente a George H. W. Bush, aun cuando los votantes de Iowa se decantaron de forma abrumadora por Tom Harkin. Claro que este último jugaba como local tras haber servido a sus conciudadanos durante los siete años anteriores en el Senado. Un precedente al que podría tener que agarrarse ahora la esposa del que fuera el 42 presidente del país de las barras y las estrellas si, como auguran algunas encuestas, cae derrotada a manos de Bernie Sanders, el sorprendente contrincante que ha avivado el fuego demócrata en lo que parecía un camino allanado para la coronación de la otrora 'candidata inevitable'.
La etiqueta le resulta familiar a Hillary Clinton y forma parte de su peor pesadilla. En 2008 concurría con ella a un proceso del que salió perdedora. Y todo comenzó precisamente en Iowa. Barack Obama recabó un 38% de apoyos en los 'caucus' celebrados el tercer día de ese año. La por entonces senadora por Nueva York hubo de conformarse con el 29%. Su sueño de convertirse en la primera mujer presidenta de EE UU comenzaba a desmoronarse.
Impedir una repetición de dichos acontecimientos ha sido la obsesión de la ex primera dama desde que anunciase su candidatura a mediados de abril del pasado año. Un vídeo de apenas minuto y medio para, a renglón seguido de su lanzamiento, tomar la caravana 'Scooby' rumbo a Iowa. Su equipo parecía haber aprendido la lección. Nada de fanfarria, ni atisbo de prepotencia. Había que ganarse a los electores casa por casa. Quienes votan en los 'caucus' aprecian el cortejo personal. Las flores hay que dárselas en mano, ni pensar en recurrir a intermediarios. La candidata ha pasado más días recorriendo los pueblos y ciudades que integran el estado que cualquier otro. Y, sin embargo, afronta las votaciones del 1 de febrero conteniendo la respiración.
Un invitado inesperado
Ni Donald Trump ni Bernie Sanders. El gran animador de la campaña presidencial podría ser un independiente que ha militado en el pasado en ambos partidos. Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York, amaga con presentarse a la Casa Blanca en lo que podría ser una jugada que alterase de forma decisiva el tablero político estadounidense. Que alguien pueda llegar al 1600 de Pennsylvania Avenue fuera del paraguas demócrata o republicano parece una quimera. Pero si alguien puede provocar sudores fríos a los aspirantes de uno u otro signo ese no es otro que el magnate.
Para empezar, cuenta con recursos de sobra para sufragar su campaña. La revista 'Forbes' estima su fortuna en 36.000 millones de dólares, ocho veces más que el patrimonio de Trump. El decimocuarto multimillonario a escala global, frente al 405. Más allá del dinero, Bloomberg puede vanagloriarse de una capacidad de la que carece Trump. El que fuera regidor de la Gran Manzana cuenta con la simpatía de personas pertenecientes a todo el arco político. Partidario del control de armas, defensor del matrimonio gay y adalid de la lucha contra el calentamiento climático, es duro en materia de seguridad y favorable a una reforma migratoria. Cuenta con las simpatías de Wall Street y encarna los "valores de Nueva York" tan denostados por Ted Cruz.
Su irrupción en la contienda restaría votos tanto al candidato republicano como al demócrata, aunque posiblemente escarbaría más en este último bando. Pero, pragmático como pocos, sólo pisará la arena si ve terreno abonado. Una escalada de Sanders y sucesivas victorias de Trump podrían propiciar su irrupción. Si Hillary Clinton es la elegida y el magnate ve cortada su racha, lo más probable es que no dé el paso.
Los 28 puntos que separaban a Clinton de Sanders en las encuestas efectuadas en agosto han quedado reducidos a un magro 0,6%, de acuerdo con la media elaborada por la web Real Clear Politics el 25 de enero. Por tanto, todo puede pasar. El senador por Vermont es el invitado que nadie esperaba en lo que parecía la fiesta de Hillary. Un socialista confeso que, de llegar a la Casa Blanca, lo haría con 75 años y que se ha significado por un idealismo rayano en la utopía en una cámara dominada por el pragmatismo. Para acabar de cuadrar el rocambolesco círculo de su éxito, son los jóvenes quienes han galvanizado sus aspiraciones. Sanders parece la auténtica estrella del rock cuando no irrumpe en el 'concierto' Bill Clinton. A diferencia de éste, su predicamento no se nutre del carisma, sino del enfado que parece dominar una campaña en la que se habla mucho menos de economía que hace cuatro años pero que sigue estando dominada por el miedo. Buena parte de quienes acudan a los 'caucus' y primarias que se sucederán de aquí al 7 de junio votarán de forma reactiva. Se pronunciarán en contra de los inmigrantes, de las políticas de Obama o de Wall Street. Quienes logren capitalizar su descontento podrían ver despejado su camino hacia el 1600 de Pennsylvania Avenue.
Clinton se mueve incómoda en este terreno. Obligada a reivindicar el legado de Obama al tiempo que marca distancias para no ser vista como una simple extensión de éste, despierta las voces de quienes le acusan de cambiar de opinión en función de los vientos que soplan. No ha logrado despojarse de la imagen de candidata fría y calculadora cegada por la ambición. Su equipo confiaba en que la condición de abuela adquirida pocos meses antes de anunciar que se postulaba contribuyese a dulcificar su perfil, pero la estrategia resulta fallida ante un Sanders que pese a llevar dos décadas y media en Washington siempre ha parecido ajeno al sistema.
De caer en Iowa, a Hillary comenzaría a torcérsele el gesto, máxime cuando parece carecer del asidero que tenía en 2008, un New Hampshire en el que se impuso entonces por apenas 7.000 votos y que hoy parece terreno seguro para Sanders, quien cuenta con una sólida ventaja de casi quince puntos en los sondeos.
El desconcierto republicano
En el bando republicano, las cosas andan aún más liadas. La insólita campaña de Donald Trump ha trastocado por completo los planes del 'establishment', que se disponía a ungir a su tercer Bush o, en su defecto, a un Marco Rubio al que muchos veían como una buena opción para salvar la 'brecha latina' que cada vez más parece alejar al 'Grand Old Party' del poder ejecutivo en Washington. Trump ha arremetido contra todos y ha salido indemne. Los capitostes del Partido Republicano observaron al principio con incredulidad su ascenso, pero adoptar a continuación una actitud temerosa. Desconcertados por la irrupción de un candidato que camina por libre, sus adversarios tardaron demasiado en reaccionar y lo que se antojaba imposible hace meses se ha tornado en algo más que verosímil.
Iowa es un clavo ardiendo al que se agarran quienes pretenden descabalgarlo. Ted Cruz lideraba desde hace mes y medio las encuestas. La derecha religiosa, en cuyos brazos se echó el senador por Texas, pesa mucho en el estado. Pero el margen fue estrechándose a partir de la segunda semana de enero y el magnate domina ahora los sondeos, espoleado por el respaldo de la exgobernadora de Alaska Sarah Palin. Si Trump vence e Iowa y, como parece prácticamente seguro, repite triunfo una semana después en New Hampshire, llegaría lanzado al 'Supermartes' -1 de marzo-, día en el que se celebrarán en numerosos estados, máxime si mantiene la ventaja en Carolina del Sur, que votará el 20 de febrero. De allí podría salir prácticamente 'coronado', pese a que la proclamación de candidatos habrá de aguardar hasta julio.
¿Será Iowa el lugar que, una vez más, vea declinar la estrella de Clinton? ¿Frenarán sus 'caucus' la hasta ahora arrolladora trayectoria de Trump? ¿Triunfará el pragmatismo y vencerá el idealismo? ¿Se impondrá el descontento o harán oír sus voces quienes piensan que el país camina en la buena dirección? Preguntas todas ellas que hallarán respuesta este 1 de febrero cuando los vecinos del estado del 'Ojo de Halcón' alcen sus manos en unas asambleas que constituyen una de las muchas peculiaridades del rocambolesco proceso electoral de Estados Unidos.
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