España es un estómago en proceso de adaptación. Sus alimentos habituales a estas horas (o sea, mítines, discursos, folletos y tal) ya no están al alcance. O sea: sí están, pero nadie se los come. Porque hay cosas nuevas.

Otra cosa es que esas cosas (o sea, las decenas de miles de personas que andan en la calle en casi toda España) sean fáciles de tragar. Ante la novedad, cada uno digiere como quiere. O como puede.

Los sospechantes: Los estómagos situados más a la derecha del espectro se han lanzado en pos de la teoría de la conspiración. Es la querencia, en fin. Para ellos, esto es una maniobra de Rubalcaba para intentar evitar la derrota electoral. El hecho de que los manifestantes no parezcan precisamente partidarios del PSOE no les arredra: siguiendo el adagio, no dejan que la realidad les estropee un buen titular.

Los descolocaos: A éstos el rollo les suena bien, quizá porque les recuerda a épocas más francesas, también en mayo. Les encantaría poder ir y sentarse, sentirse utópicos, fumarse un peta. Pero resulta que la cosa va contra ellos. Y no hay cómo digerir eso, no.

Los pescadores: Tanta movida social, tanta reacción, tanta fe... ¿Y nadie se va a aprovechar? Algunos lo intentan. El caso de IU es el paradigmático, aunque la apuesta es arriesgada: la alergia a las siglas que hay en las plazas no aconseja el acercamiento directo.

Los lunáticos: Aquí es cuando la cosa se pone divertida. Aunque hay lazos con los sospechantes, a éstos directamente se les ha ido la pinza . La última, ayer, fue hablar de que los grupos antisistema, como los que supuestamente andarían detrás de esto, tendrían ¡vínculos con ETA! Ay, señor, señor. Qué duras son para algunos las digestiones.