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Melchor Sáiz-Pardo
Sábado, 5 de diciembre 2015, 08:27
Por primera vez en la historia de la democracia, ETA no estará presente en la campaña electoral. Ni con sus asesinatos ni con sus treguas o altos el fuego, como hizo en las últimas generales, cuando en octubre de 2011, un mes antes de los comicios, anunció el cese definitivo de su actividad armada.
La organización terrorista, reducida cuatro años después a un puñado de activistas sin capacidad operativa, no tiene ninguna intención de retomar las pistolas y las bombas. Y tampoco sus comunicados, que ya solo interesan a sus fieles más fieles, tienen capacidad alguna de marcar agendas, programas y, mucho menos, campañas electorales, como cuando en 2004, a las puertas de las generales que ganaría el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, declaró una tregua circunscrita a Cataluña que se convirtió en el epicentro de los debates.
Ahora, tras los atentados de París del 13 de noviembre, es el yihadismo el que amenaza con distorsionar la campaña y el que se ha colado en todos los debates. Ninguno de los cuatro principales candidatos a la Moncloa ha dedicado ni un minuto a hablar de ETA en precampaña. La banda, que otrora era capaz de desplazar en los mítines al paro o a las crisis económicas, ha desaparecido por completo. La organización terrorista ni siquiera sirve ya como arma arrojadiza entre los partidos como ocurriera hace solo cinco o seis años.
Sin embargo, el terrorismo no ha desaparecido como argumento de campaña. Los ataques en Francia han metido al Estado Islámico y la yihad en el centro de la carrera electoral. El punto de mayor fricción, sin duda, han sido las adhesiones o desmarques del pacto antiyihadista y las críticas al Gobierno por su supuesto "tacticismo electoral" a la hora de tratar la respuesta coordinada con el Eliseo.
La sombra del Daesh, no obstante, es mucho más alargada y toda la campaña se desarrolla bajo el nivel de alerta antiterrorista 4, que es de riesgo alto de atentado. En el recuerdo de todos siguen marcados a fuego los atentados del 11-M en Madrid tres días antes de las elecciones del 14 de marzo de 2014.
Baño de sangre
Sin duda el 11-M fue el mayor atentado terrorista en una campaña electoral, pero, ni mucho menos, el único. ETA había acostumbrado a los ciudadanos a que su paso por las urnas siempre estuviera precedido por un baño de sangre. Solo en la campaña previa a los comicios constituyentes de 1977 la banda terrorista atentó en 56 ocasiones. Eran los años de plomo y las elecciones eran el momento álgido de esa táctica de terror. Dos años después, en 1979, los pistoleros mataron a seis personas y secuestraron a otras seis. Las primeras elecciones que ganó Felipe González estuvieron precedidas por tres muertos y varias bombas.
Con el paso del tiempo, la entrada de ETA en campaña se hizo menos mortífera, pero más selectiva. En las autonómicas vascas de 1984, la banda logró que se paralizara la carrera a las urnas con el asesinato del senador Enrique Casas, después de otros dos atentados con víctimas.
Antes de los comicios generales de 1989, los terroristas mataron a la fiscal de la Audiencia Nacional Carmen Tagle. En la precampaña de las europeas de 1995 intentaron sin éxito matar al entonces jefe de la oposición y futuro presidente del Gobierno, José María Aznar. Un año después, de nuevo en los días previos de las elecciones legislativas, ETA asesinó al dirigente socialista vasco Fernando Múgica y al expresidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente.
En la siguiente década la banda siguió su táctica. Antes de que Aznar se hiciera con la mayoría absoluta en 2000, ETA mató al secretario general de los socialistas alaveses Fernando Buesa. Un año después, en puertas de los comicios autonómicos en Euskadi, asesinó en Sevilla al concejal popular Alberto Jiménez Becerril.
ETA puso sobre la mesa su último muerto electoral hace ya más siete años. Fue el 7 de marzo de 2008, los pistoleros terminaron con la vida del concejal socialista vasco Isaías Carrasco un día antes de la jornada de reflexión.
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