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Javier Bragado
Sábado, 19 de marzo 2016, 17:02
Hacía tiempo que Rafael Nadal y Novak Djokovic no ofrecían un gran duelo de titanes. El español había caído en el abismo en los últimos tiempos y desde que se apeó del podio del ranking de la ATP había perdido fe y juego para responder ... a la era de Nole. Pero las semifinales de Indian Wells de 2016 recordaron a las de sus primeros enfrentamientos, aquellas discusiones con la raqueta por mandar en el circuito. Se atacaron con pelotas a los pies que exigieron la elasticidad en la zona lumbar de antaño, estiraron al máximo sus brazos por las pelotas volando a las líneas, el cuentakilómetros alcanzó cifras inesperadas y el duelo mental se observó en cada gesto y en cada mirada evitada por los contendientes.
La derecha de Nadal marcó el partido. El mejor golpe del manacorense regresó en Indian Wells para enviar bolas directas y mensajes de confianza que incomodaron a Djokovic. El serbio, número 1 del mundo, quería acabar pronto y se encontró con el balear más pegajoso y peleón de los últimos tiempos. Desde el Abierto de Estados Unidos en 2013 no ganaba el español al balcánico cinco juegos en pista rápida y de manera imprevista levantó de nuevo el muro, la figura que recordaba al Nadal adolescente capaz de correr a cualquier línea y regresar con un martillo en el brazo izquierdo. Incluso repartió un par de saques directos contra las dobles faltas acumuladas del belgradense. Sólo la inercia de los últimos tiempos rescató al balcánico. Anduvo a remolque del número 5 del mundo Djokovic en el primer set, logró salvar con su saque un punto de set en contra y todo se resolvió en el desempate después de una hora de partido.
La segunda manga cambió el ambiente. Djokovic había engrasado su brazo y comenzó mandar en el juego a pesar de su evidente incomodidad con el Nadal renacido, el calor y el público en su contra con el deseo de una sorpresa del cuarto cabeza de serie del torneo. El serbio, que había errado mucho más de lo habitual, recuperó su fiabilidad, su revés y chocó con el 'drive' del español, que tenía que sufrir y sudar para aguantar subido en el barco ante la amenaza de tormenta. Cada punto comprobó las leyes físicas del espacio y del tiempo para delirio del público. Ninguno de los dos cedió y la batalla presentó el estado del tenis actual. Djokovic es el mejor del circuito, la referencia, pero Nadal se resiste a abandonar. Sólo la confianza del ganador habitual acabó con el gladiador cuando recurrió a su talento y a la paciencia.
La segunda manga (y el partido) se desequilibró cuando Nadal flojeó. Un golpe arriesgado, un revés intimidatorio de Djokovic y una breve muestra de fatiga rompieron el saque del español y ofrecieron el hueco al serbio con el 2-4. Volvió el balear a menear la cabeza contrariado, a bajar los brazos y que sus golpes no se elevaran por encima de la red y el balcánico le apretó contra las cuerdas. Pero de nuevo se precipitó el favorito del torneo y Nadal se sacudió bolas de partido en contra una tras otra hasta seis veces. Ganó Djokovic 7-6 (5) y 6-2 en casi dos horas de partido. Pero también triunfó Nadal porque regresó a los niveles que sólo la nostalgia recuperaba en su cerebro. El serbio, con dificultades para dominar durante toda la semana en el torneo californiano, se encontró con el obstáculo que no deseaba, el del imperdonable español que exige a sus rivales el máximo una y otra vez. La próxima vez no volverá a ser igual. Djokovic desonfiará y Nadal sabrá que no está tan cerca de lo que fue.
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