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Rafa Nadal se arrodilla y se tapa el rostro con las manos en señal de emoción tras ganar el título de Roland Garros.
El cielo eterno  en la tierra

El cielo eterno en la tierra

Nadal se aferra al trono de París con nueve coronas de Roland Garros y mantiene el número uno del mundoconsecutivos. Supera al sueco Borg, que dejó la marca en cuatro títulos consecutivos en París

PATRICIA MUÑOZ

Lunes, 9 de junio 2014, 00:59

Calor y expectación se reunieron en una Phillippe Chatrier que, llena hasta la bandera, confió en poder disfrutar de la batalla por excelencia de la tierra batida. Así fue. Rafa Nadal y Novak Djokovic desplegaron, durante las tres horas y media que duró la final, un nivel de tenis espectacular, casi inhumano, que hizo las delicias de un público que se volcó a lo largo de todo el encuentro en apoyar a ambos contendientes. Como gladiadores en el circo romano, pero esta vez en París, los dos sabían que la lucha debía de ser a vida o muerte, porque el número uno estaba en juego. Nadal aspiraba a mantenerlo y, en busca del cielo eterno en la tierra, a hacer historia con su noveno título de un mismo 'Grand Slam', mientras que el serbio deseaba alzarse con su primer Roland Garros y recuperar el liderato de la clasificación mundial que perdió en septiembre del año pasado.

La pelea se barruntaba dura y muy igualada y no decepcionó. El público exigía espectáculo y lo tuvo. El partido comenzó con ambos jugadores a buen nivel, pero mostrando cierta timidez, como probándose, conscientes de lo que se jugaban. Los puntos se sucedían y, a pesar de que cada uno conseguía resolver su servicio, el ritmo de Djokovic empezó a incrementarse.

Nadal empezó a remolque

Precisión y agresividad a partes iguales por parte del serbio que le permitieron hacerse, momentáneamente, con el control del partido. La confianza en su derecha aumentó de igual forma que lo hicieron los golpes ganadores. Nadal, por su parte, iba a remolque y ello le costó la rotura del octavo juego, que puso al serbio por delante (5-3) y con saque para cerrar el set.

El balear reaccionó, e incluso tuvo dos bolas de 'break', pero la seguridad de Djokovic era mayor y, a pesar de sufrir hasta el último segundo, se llevó el primer set por 6-3, con una efectividad en roturas del cien por cien y con las estadísticas en finales a su favor.

Siempre que el serbio había ganado la primera manga en la final de un torneo se había llevado el trofeo.

No obstante, perder el primer set le sirvió a Nadal como aliciente para obligarse a poner una marcha más y a tener en mente que si no luchaba más que nunca el reinado de ocho años peligraba. El manacorense no estaba dispuesto a abdicar, ahora que está tan de moda el término, y comenzó el segundo set mucho más agresivo, jugando más cerca de la línea de fondo, incluso por delante de ella, y dejando ver al público destellos del mejor Nadal.

La balanza se igualó y el español empezó a disfrutar de su juego, a gustarse, y eso se notó en cada punto. Sacó sus mejores golpes para llevarse al resto el segundo set por 7-5. El balear empezaba a celebrar los puntos clave con su ya famoso «¡Vamos!» mientras levantaba, cada vez más y con más rabia, el puño. El serbio, por su parte, se encontraba en su peor momento. Errores no forzados, constantes miradas, gritos a su banquillo, y los signos del cansancio y la impotencia muy visibles en su rostro.

Con un set arriba (2-1), Nadal se veía más ganador que nunca y, a pesar de haber perdido los últimos cuatro partidos frente al serbio, el cartel de favorito en esos instantes colgaba de su cuello. No obstante, el español era consciente de que ante Djokovic las medias tintas no valen y que no podría permitirse ningún paso en falso porque aunque el serbio pueda parecer perdido es capaz de volver a la carga en cualquier momento. Y no se equivocó. El balcánico resurgió de sus cenizas, pero el balear se mantuvo sólido, sin titubeos y demostrando que quería retener de nuevo el título del segundo 'Grand Slam' de la temporada, por quinta vez consecutiva.

El español, que ya suma 14 'grandes' (iguala a Pete Sampras y se coloca a tres de Roger Federer), valoró el triunfo como uno de los más «emocionantes» que había vivido en tierras parisinas. Más si cabe después de la espinita clavada del Open de Australia, en el que se quedó a un paso de ganar el título.

Roland Garros era el escenario perfecto para desquitarse de aquel amargo momento y para confirmar, una vez más, la grandeza de Rafa Nadal que, a pesar de estar acostumbrado a levantar la Copa de los Mosqueteros, sufrió incluso para poder pronunciar unas palabras tras el encuentro. Con esta victoria engrandece su leyenda en Roland Garros y se aferra un año más al trono parisino.

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