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Fernando Miñana
Domingo, 23 de agosto 2015, 15:35
El atletismo está tan estigmatizado por los recientes descubrimientos, el anuncio de que algunos de los campeones olímpicos y mundiales de los últimos años, aún no desenmascarados, habrían dado valores anormales en el reanálisis de sus muestras, que necesitaba como nunca a su emblema, el ... cristalino Usain Bolt, para tener algo en qué creer. El Mundial de Pekín ha sido, quizá, el mayor reto de su exitosa carrera. Frente a él, una ristra de velocistas de pringoso historial. Y al frente de todos, un apestado, Justin Gatlin, el hombre que en mayo ya corrió en 9.74 y que después volvió a bajar tres veces de 9.80. El estadounidense impresionó en las semifinales (9.77) tanto como asustó un tropiezo del jamaicano en los primeros apoyos (9.96). Era el favorito. Malos presagios para los que veían la final como un duelo entre el bien y el mal. Pero entonces, cuando muchos dejaban de creer, irrumpió el dominio de la escena de Bolt. Nadie controla los nervios mejor que él. No renunció a sus bromas en la presentación y, después de una notable salida, puso tan nervioso a Gatlin que, muy crispado, acabó haciendo apoyos muy poco sólidos en los últimos 20 metros que le costaron un triunfo que parecía suyo.
Bolt ganó con el peor tiempo (9.79 con viento en contra de -0.5) de sus grandes finales. No es el velocista que parecía correr contra niños en este mismo estadio hace siete años o en Berlin en 2009. Pero fue suficiente para someter a Gatlin, el hombre que a los 33 estaba corriendo más rápido, y con regularidad, que antes de su sanción de cuatro años en 2006. Bolt no va sobrado, pero hace unas semanas se llegó a dudar de si regresaría al Nido y en el momento culminante corroboró que es una leyenda. Su dominio de la escena fue determinante ante su asustadizo rival, que entró segundo a una centésima. Por delante del estadounidense del futuro, Trayvon Bromell, y el canadiense Andre de Grasse, que compartieron la medalla de bronce (9.92). Gatlin dio la sensación de querer acabar antes de tiempo. Y lo pagó muy caro. Un error fatal.
La cara de Bolt nada más cruzar la meta fue más de alivio que de euforia. Sabía que nunca lo había tenido más difícil. Aunque él nunca dejó de creer en sí mismo. «En el calentamiento, me dijo que tenía una bala y que iba a usarla», desveló Asafa Powell tras acabar séptimo en la final. Y en cuanto se encontró con la primera cámara de televisión, Bolt desplegó un brazo, luego el otro y dijo: «Red blood. No more (Sangre roja. Nada más)». Está claro. Es el mesías del atletismo.
Bolt, más serio y circunspecto, acabó con una racha de 26 victorias consecutivas de Gatlin para atrapar su tercera medalla de oro en unos Mundiales en los 100 metros, como Carl Lewis (1983, 1987 y 1991) y Mo Greene (1997, 1999 y 2001). Y totaliza once medallas en esta competición, una más que el hijo del viento. Aunque King Carl vivió los tiempos en los que el Mundial se disputaba cada cuatro años y no cada dos como ahora. El jamaicano, el hombre de las zancadas de casi dos metros y medio, que también ha ganado dos oros olímpicos en el hectómetro, intentará triunfar también en los 200 y en un relevo 4x100 que se presume muy complicado después de ver a cuatro estadounidenses en la final frente a dos jamaicanos. Pero para entonces los feligreses del atletismo ya habrán recuperado la fe. Bolt es su mesías.
El triunfo de la estrella del atletismo, como siempre, empequeñeció todo lo demás. Aunque el público vibró con la ejemplar victoria en el heptatlón de la británica Jessica Ennins-Hill, la campeona olímpica que había dado a luz hace sólo 13 meses. Y vio al estadounidense Joe Kovacs acercarse a los 22 metros (21,93) para derrotar a un tocado David Storl (21,74) en una final (Borja Vivas se quedó fuera por la mañana) en la que un jamaicano, algo insólito, se llevó la medalla de bronce (21,69, récord nacional).
Las semifinales de los 800 permitieron ver a un recuperado David Rudisha, que percibe en el bosnio Tuka, la sorpresa de la temporada, a su principal rival después de que Amos se quedara fuera de la final. La misma suerte corrió Kevin López, que corrió bien pero no pudo pasar del quinto puesto (1:45.84).
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