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J. Gómez Peña
Miércoles, 17 de agosto 2016, 08:37
Cuando Moisés Llopart le dijo a uno de sus tres hijos, a Jordi, que no valía para correr, el atletismo español empezó a ganar su primera medalla olímpica. Moisés era entrenador de atletas. Sabía de qué hablaba. Sus otros dos hijos sí tenían maneras, pero ... Jordi... ¿Por qué no pruebas a andar? Apúntate a la marcha, le aconsejó. La marcha, en aquella España de los años setenta, era algo extraño. Motivo de bromas para los que veían a aquellos tipos en pantalón corto contoneando las caderas. Jordi obedeció. Probó un fin de semana: tardó una hora y diez minutos en alcanzar la meta. Al segundo intento ya bajó de la hora. Descubrimiento. El atletismo tenía un hueco para él. Llopart fue el primer atleta español que ganó un título internacional, el Campeonato de Europa de 1978, y, sobre todo, el primer medallista olímpico: plata en los 50 kilómetros marcha de los Juegos de Moscú 1980.
Luego se hizo entrenador, en España y en México. Y ya con más de sesenta años y dos hijos pequeños cayó en el desempleo y la desesperación. Tuvo que apañarse con los cuatrocientos y pico euros del subsidio. La plata, la primera, quedaba muy lejos.
El atletismo español es parco en metales. Apenas 12, más ahora la plata de Orlando Ortega: los oros de Daniel Plaza (20 kilómetros marcha, Barcelona92) y de Fermín Cacho (1.500 metros, Barcelona92). Las platas de Jordi Llopart (50 kms. marcha, Moscú80), Antonio Peñalver (decatlón, Barcelona92), Fermín Cacho (1.500, Atlanta96) y Paquillo Fernández (20 kms. marcha, Atenas 2004) Y los bronces de José Manuel Abascal (1.500 metros, Los Angeles84), Javier García Chico (pértiga, Barcelona92), Valentín Massana (50 kms. marcha, Atlanta96), María Vasco (20 km. marcha, Sidney 2000), Manuel Martínez (peso, Atenas04) y Joan Lino (longitud, Atenas 2004). Ni en Pekín 2008, ni en Londres 2012 el atletismo español subió al podio.
Por eso, cada medalla es casi una excepción. La de Fermín Cacho en Barcelona está grabada en la memoria colectiva del país. Fue una final de 1.500 lenta. Cacho, cerrado, corría con su estilo, cabeceando como un pájaro carpintero. A 220 metros del final, el keniano Joseph Chesise se abrió. Hueco. Y por ahí se coló al soriano. No me lo pensé, me puse delante y me dije que había que tirar hasta el final, contó. Cacho tenía la manía de mirar hacia atrás. Compulsivo. Eso aumento la angustia de la grada, de los espectadores. Era un tick. A falta de cien metros ya sabía que si no pasaba nada malo iba a ganar. A falta de 40 empecé a levantar los brazos. Aquella final duró tres minutos y 40 segundos y es la cima del atletismo español.
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